Crítica: 'Adventureland'



“Adventureland” es un ejemplo de que no todas las comedias románticas con o para adolescentes deben rebajar su nivel de dignidad para quedarse en lo soez o tópico. También que no siempre se puede disfrutar de una genialidad, sino que con simplemente una buena película también podemos darnos por satisfechos.

Greg Mottola, catapultado a lo más alto del humor adolescente gracias al inesperado éxito de “Supersalidos”, se ha inspirado en varios recuerdos y experiencias suyas, como su trabajo hace más de 20 años en un parque de atracciones en Long Island. La fotografía de tono más apagado, los peinados algo más encrespados y sobre todo una banda sonora rellena de fabulosas canciones nos transportan a 1987.

Allí el joven James Brennan (Jesse Eisenberg) ve truncados sus planes de pasar el verano viajando por Europa a causa de los problemas financieros de sus padres, también deseosos de que su joven vástago empiece a adquirir responsabilidades adultas, que le harán ganarse el pan, o los ahorros, para poder ir a estudiar después a Nueva York. De modo que James se verá en la obligación de encontrar un empleo fácil, aunque mal pagado, en el parque de atracciones que da título al film, en Pennsylvania.

Su engorroso y poco satsifactorio empleo veraniego le permitirá conocer a nuevos amigos y enfrentarse también a nuevos problemas, pero sobre todo hará que el bueno de James atraiga las miradas (y dejo a la libertad de cada espectador de cómo ello es posible, porque yo no le encuentro demasiada explicación) de las dos chicas más deseadas del lugar: la independiente y decidida Em (Kristen Stewart) y la jovial y despreocupada Lisa P., tal vez cansadas de dejarse acompañar por chicos malos y que ven en James al prototipo de muchacho romántico, inteligente y comprometido. La clase de tipo por el que podrían sentir simpatía pero con quien, quizás, nunca llegarían a sentirse interesadas del todo… o sí.



No es que “Adventureland” sea un prodigio de originalidad, y de hecho su argumento sigue al pie de la letra el manido esquema de chico conoce chica, chico pierde chica y… , pero tanto los personajes como las situaciones y diálogos se agradecen por resultar tan maduras como verosímiles. Aunque las principales dosis de comedia los deban poner un par de veteranos como Bill Hader y Kristen Wiig (del “Saturaday Night Live”) interpretando al matrimonio, en la ficción Bobby y Paulette, los dueños del parque de atracciones, repleto de atracciones de feria que son también un sacacuartos para los clientes despreocupados que frecuentan el lugar.

Entre los secundarios, Ryan Reynols es guaperas del lugar, un “manitas” adúltero (especialista tanto en reparar las atracciones como las calenturas de las adolescentes) que sorprende dejando atrás su rostro pétreo y bobalicón de “La proposición” convirtiéndose en objeto de deseo femenino y amigos confidente del joven protagonista. Pero sobre todo brillan con luz propia tanto una Kristen Stewart (de la que si el fenómeno “Crepúsculo” no hace que se le suba el éxito a la cabeza) apunta a magnífica actriz; o la actriz rusa y, ¡ojo!, ex gimnasta olímpica Margerita Levieva de la que estoy deseando ver en más películas o al menos en alguna otra que valga la pena, porque tanto “Lo que no se ve…” o “American Playboy” no son precisamente títulos que me llamen la atención.

Lo que nos da otra de las claves de “Adventureland”, que su buena factura se apoya en la labor de los intérpretes, evitando caer en los tópicos y concediéndoles matices a sus personajes (especialmente en el caso de Bill Hader y Kristen Wiig).

Por este parque de “Adventureland”, título con sabor juvenil, de sueños y hazañas vitales, encontraremos ese trance de la adolescencia a la madurez o esa condición de personajes supuestamente maduros que nunca madurarán, el dolor de crecer, las necesidades del trabajo basura, algunas tragedias sobre enamorarse e incluso leves apuntes sobre prejuicios religiosos entre católicos y judíos. Todo ello, sin estridencias ni genialidades, hasta conducirnos hacia un tramo final que pierde fuelle pero que tampoco le resta especiales méritos. Digamos que hasta sus más previsibles 20 minutos finales, la película de Mottola ya ha cumplido.






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