Crítica: 'Planet 51'



Cualquiera que se meta en una sala de cine a ver la última parada en esto de la animación 3D lo primero que hará será catalogarla como una comedia familar de ciencia ficción de factura no especialmente virtuosa, pero sí bastante correcta. Luego oirá las voces de "The Rock", Gary Oldman, Jessica Biel, Justin Long o John Cleese y cuando se entere de que "Planet 51" es una producción española, claro, se sorprenderá. Esto es lo mejor que se puede decir de "Planet 51" (y no es poco, cuidado), que está técnicamente capacitada para competir en el mercado internacional al lado de, qué sé yo, "Ice Age" o "Lluvia de albóndigas". No, no pongo a Pixar en esta linea. Hasta el momento, nadie resistiría el envite, así que hoy Pixar no viene a cuento.

Como decía, se ha llegado a unos estándares técnicos bastante aceptables en el que el empaque visual de los productos digitales ya es bastante notable, las texturas están logradas, el tratamiento de la iluminación es adecuado y los volúmenes se ajustan a unos patrones de realidad muy aceptables. De modo que la labor de todo el equipo técnico del estudio Ilion capitaneado por Jorge Blanco y Javier Abad, directores al alimón, es encomiable.

El problema es que en cuanto empezamos a mirar más allá la cosa empieza a patinar...


El argumento es el de un "E.T." cualquiera, sólo que con el planteamiento a la inversa: un astronauta de la Tierra llega a un planeta poblado por seres inteligentes y es acogido por un chaval autóctono que le ayudará a regersar a su hogar y de paso intentará conseguir a la chica mona de turno. En "Planet 51" pues, es el humano el extraño y los alienígenas la normalidad.

Una "normalidad" reflejada en la vida cotidiana de una comunidad situada en una especie de años 50 a la marciana, con sus chalets suburbiales, su cafeterías rock'n'roll, sus barbacoas de domingo e incluso un Roswell/"Area 51" propios, en este caso rebautizados como "Base 9".

Con todo ello, se equipara los habitantes del Planeta 51 a nuestra raza propia, construyendo un mundo que, a efectos prácticos, es la Tierra, sólo que con gente verde. Se pierde así la oportunidad de crear un entorno realmente distinto, con sus propias reglas y leyes naturales, pero en contrapartida se abre la posibilidad de retratar nuestra propia estupidez a través de un comportamiento, el de los alienígenas, que nos reslta muy familiar.





Dado su guión ágil y dinámico, probablemente se dirá que “Planet 51” es una película que "no toma a los niños por idiotas". Podríamos estar de acuerdo en ello, vale. Pero es que ya pocas películas de animación lo hacen. Ahora el problema es otro: no es que se deje de tomar al niño por idiota, es que no se aprovechan sus potenciales capacidades imaginativas y comprensivas. El de la animación es un formato con carta blanca para la creación más libre, y la comedia es terreno abonado para el desmadre, el riesgo y la sorpresa. Pero no, "Planet 51" (y gran parte del resto de sus compañeras digitales) siempre termina optando por las estructuras más clásicas, más reconocibles y por consiguiente menos audaces.

El error es evidente: intentar hacer "películas infantiles que también puedan gustar a los adultos" en lugar de "películas maduras que también puedan disfrutar los niños".

Por eso es una lástima que "Planet 51" termine siendo la enésima aventurilla teen de amistad y con sus dosis justitas de romanticismo, y que se conforme con homenajear a los clásicos más homenajeados de la ciencia ficción ("Alien", "Star Wars", "ET"), reduciendo la cuota de frikismo potencial a cuatro títulos citados en algún momento u otro del metraje y a un leve aroma general de película de serie B cincuentera sin llegar a hincar diente en ningún momento.

Los personajes, acorde a ello, están estereotipados y convenientemente adaptados al público yanki (esto es, a TODO el público) y las situaciones son vistas una y mil veces, con gags repetidos o con poca vocación de rompedores.

Sí se le debe reconocer algunos buenos momentos relacionados con los gags, especialmente cuando estos entran en el terreno del humor negro y/o la incorrección política. Me refiero, por ejemplo, a cierto momento que incluye un i-pod y a otro que tiene que ver con un tapón de corcho. Ahí los creadores sacan la garra y la mala baba, pero claro, no es suficiente para hacer destacar el resto.

Resumiendo, a un lado de la balanza tenemos una factura técnica aceptable y unos diseños resultones (mención especial para el perrete con forma de Alien, y Rover, el hijo no reconocido de Wall·E y Eva... mierda, ya he citado a Pixar). Eso y algun momento ingenioso. Al otro lado, una historia que, aunque simpaticona, no logra trascender los tópicos del cine de animación familiar de último cuño y se queda en otra oportunidad desperdiciada. Que cada uno juzgue si lo primero compensa lo segundo.





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