PLÁCIDA NOCHEBUENA
Que la película navideña más típica de yankilandia sea ¡Qué bello es vivir! y la nuestra Plácido muestra lo diferentes que somos de ellos (Spain is different, my friend). Frente a la dulzura de la de Capra y sus buenos sentimientos, la de Berlanga-Azcona es negra como el carbón, que destaca especialmente sobre la nieve. Pocas veces el tándem de director y guionista fue más ácido, de tal manera que tenemos la sonrisa congelada todo el rato (y no por el frío, precisamente), pero nos reconocemos perfectamente en los personajes.
Plácido (Cassen) es el conductor de un motocarro que está pagando a letras. En plena nochebuena, tendrá que pasar toda una epopeya para poder pagarla a tiempo antes de que la proteste el notario. En su frenético deambular para evitarlo, le acompañamos por varias casas en las que se ha hecho caso a la campaña “ponga un mendigo en su mesa”por nochebuena. Todo el mundo no para de hablar de que los buenos sentimientos es lo que impera por esa época, pero lo que se nos muestra una y otra vez es lo contrario: a nadie le importa que Plácido no pueda pagar su vehículo, que es su único medio de sustento, o que haya fallecido un mendigo, no vaya a ser que se pasen los langostinos congelados, que es lo que cuenta.
Como en todas las películas de Berlanga, el reparto es coral y espléndido: Cassen, Elvira Quintilla, Amelia de la Torre, Antonio Ferrándis, Amparo Soler Leal, Jose Luis López Vázquez o un jovencísimso Luís Ciges, todos ellos perfectos.
Cada una de las escenas que se nos muestra de las cenas de Nochebuena con diferentes mendigos son antológicas, y de una mala leche considerable. Desde la retransmisión radiofónica de una de ellas con todo el estilo ampuloso del Nodo (con abundantes “marcos incomparables”, para quien no lo conozca), a la que se ve interrumpida porque uno de los mendigos tiene la desconsideración de morirse, aunque lo peor no es eso, sino que vive en pecado con una mujer, de modo que por todos los medios miran de celebrar una boda “in artículo mortis”, pese a que el novio se niega constantemente a ello.
El villancico que se oye al final resume perfectamente el sentir de la película: “Que no hay caridad, que nunca la ha habido y nunca la habrá”. Si Jesús hubiera nacido entonces lo habríamos tenido claro.
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Plácido (Cassen) es el conductor de un motocarro que está pagando a letras. En plena nochebuena, tendrá que pasar toda una epopeya para poder pagarla a tiempo antes de que la proteste el notario. En su frenético deambular para evitarlo, le acompañamos por varias casas en las que se ha hecho caso a la campaña “ponga un mendigo en su mesa”por nochebuena. Todo el mundo no para de hablar de que los buenos sentimientos es lo que impera por esa época, pero lo que se nos muestra una y otra vez es lo contrario: a nadie le importa que Plácido no pueda pagar su vehículo, que es su único medio de sustento, o que haya fallecido un mendigo, no vaya a ser que se pasen los langostinos congelados, que es lo que cuenta.
Como en todas las películas de Berlanga, el reparto es coral y espléndido: Cassen, Elvira Quintilla, Amelia de la Torre, Antonio Ferrándis, Amparo Soler Leal, Jose Luis López Vázquez o un jovencísimso Luís Ciges, todos ellos perfectos.
Cada una de las escenas que se nos muestra de las cenas de Nochebuena con diferentes mendigos son antológicas, y de una mala leche considerable. Desde la retransmisión radiofónica de una de ellas con todo el estilo ampuloso del Nodo (con abundantes “marcos incomparables”, para quien no lo conozca), a la que se ve interrumpida porque uno de los mendigos tiene la desconsideración de morirse, aunque lo peor no es eso, sino que vive en pecado con una mujer, de modo que por todos los medios miran de celebrar una boda “in artículo mortis”, pese a que el novio se niega constantemente a ello.
El villancico que se oye al final resume perfectamente el sentir de la película: “Que no hay caridad, que nunca la ha habido y nunca la habrá”. Si Jesús hubiera nacido entonces lo habríamos tenido claro.
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