'Simbad el marino' (Sinbad the Sailor, 1947) - El fantástico en los 40


Cuando se habla del fantástico en los años 40 del pasado siglo no acostumbra a citarse ‘Simbad el marino’ (Sinbad the Sailor, 1947), una lujosa producción de aventuras más que nada gracias al atractivo por poco usual aún del technicolor, el exotismo de ese lejano y mágico Oriente que destila el relato para el público occidental o la relevante inversión de tres millones de dólares de la época para su realización. Y no es de extrañar que prácticamente nadie se acuerde de ella para catalogarla dentro del género porque los elementos fantásticos, o cómo sería más propio, de aventuras propiamente fantásticas brillan por su ausencia especialmente en cuanto a su visualización en imágenes.

Se habla de la gran ave rock, del cíclope, de monstruos marinos y, en definitiva, de la iconografía y referencias asociadas a los 7 viajes de Simbad, pero no veremos en pantalla ni a criaturas fabulosas o legendarias, ni proezas o hechos que resulten irreales más allá del desparpajo, osadía y coraje de su protagonista para emprender las acciones más audaces, sean las de, naturalmente y respetando la estructura de los “viajes de Simbad’, emprender una misión por alta mar rumbo a un lugar recóndito. Y ello incluye en esta aventura desde sortear varios peligros hasta colarse dentro de un harén, pese a la pena de muerte por decapitación que le espera a aquel plebeyo que tan sólo ose posar sus ojos en las ventanas del serrallo donde residen las concubinas del emir, sultán, jeque o príncipe de turno.


HOLLYWOOD GLAMOUR EXÓTICO AÑOS 40


Es una aventura muy ligera, pero también muy interesante por tratarse de una producción que ejemplifica a la perfección el modelo de películas del Hollywood de la década de los 40. Tiene mucho de lo que hoy en día consideraríamos ridículo (al igual que mucho de lo que vemos actualmente será considerado igual de ridículo o desafasado dentro de 20 o 40 años). Lo peor seguramente sean los decorados pintados o de cartón piedra y los buques de “juguete” en un estado impoluto. No hay ninguna señal en ellos del paso del tiempo ni gusto por los detalles en las recreaciones, maquetas o pinturas. Son puramente un artificio para situar al espectador, para enmarcar la acción y los personajes dentro del escenario con un sentido más teatral que cinematográfico.

La película rezuma colecciones de tópicos en torno a personajes y culturas. Extras y figurantes que poco tienen de orientales (al menos la gran mayoría, aunque al menos cuando aparecen inscripciones son en árabe, para posteriormente volver a superponer la misma inscripción o letra en inglés). O el hecho significativo, y tan habitual de las producciones hollywoodienses mainstream utilizada durante años, y que no es otro que el potenciar al máximo el aspecto romántico, el del triunfo del amor y articular prácticamente toda la aventura en torno al arquetipo esquema de chico conoce chica – chico pierde a chica – chico recupera a chica.

Se trataba de darle un inofensivo divertimento al espectador, de ofrecerle lo que éste quería en sus deseos de evasión y de paso aleccionarlo moderadamente con alguna moraleja que quedara bien. En ‘Simbad el marino’ se lanzaba el mensaje de que las verdaderas riquezas y tesoros no se hallan en el dinero, las piedras preciosas u objetos de valor sino en la cabeza (conocimientos) y el corazón (amor).

UN SIMBAD PREHARRYHAUSEN


Es ‘Simbad el marino’ antes de que el maestro en efectos visuales Ray Harryhausen empezara su particular saga basada en los relatos del célebre marino con ‘Simbad y la princesa’ (1958); así que en efectos visuales lo máximo que podremos ver es la coreografía de Douglas Fairbanks jr. a la hora de luchar o eludir a sus perseguidores, y sobre todo la embestida de un barco contra otro o el lanzamiento de bolas de fuego (e llamado “fuego griego”), las armas incendiarias utilizadas en las batallas navales de la antigüedad, en su clímax final.

Poca acción, pocos efectos visuales para este Simbad preHarryhausen, por ello y de la manera en que se muestra el personaje en la mayor parte de su metraje más bien parece que estemos ante un charlatán tan seductor como embaucador que ante un valeroso marino curtido en mil hazañas. La misma escena inicial de presentación se abre con Simbad hablando de sus andanzas ante un grupo de viajeros. Es presentación y a la vez preparación para introducirnos en esta nueva aventura, no inspirada en los siete viajes de Simbad, sino la recreación de una octava odisea inventada para la ocasión.

La excusa argumental es la de encontrar y apoderarse del mítico tesoro de Alejandro Magno, escondido en la perdida isla de Deryabar. Un lugar igualmente mítico porque muy pocos so los que dicen haberla visto. Entre los otros personajes dispuestos a hacerse con el codiciado tesoro están el enigmático y pérfido Jamel (Walter Slezak) que ha consagrado toda su vida a intentar localizar la isla con las ruinas del palacio de Alejandro Magno donde se halla el fabuloso botín; el orgulloso y ambicioso Emir de Daibul (Anthony Quinn); y la bella mujer destinada a ser su futura esposa, Shireen (Mauren O’Hara), igualmente codiciosa y de frío corazón pero que Simbad se encargará de derretir. Mientras que el humor correrá a cargo del fiel compañero de Simbad, Abbu (George Tobias).

¿SEXO? Y POESÍA


Douglas Fairbanks jr., hijo de uno de los grandes iconos del cine mudo en el género de aventuras y acción, más allá de sus interpretaciones destacó además muchísimo durante la II Guerra Mundial siendo uno de los pioneros en el ejército naval estadounidense en la aplicación de estrategias militares basadas en el engaño al enemigo. En cuanto al resto del reparto, qué decir de la maravillosa pelirroja irlandesa Maureen O’Hara (sólo ‘El hombre tranquilo’ valdría para encumbrarla), o un Anthony Quinn que de sus primeros personajes secundarios o roles de villano iría mucho a más en su trayectoria cinematográfica.

A parte del carisma que puedan desprender sus intérpretes y el technicolor, no es que ‘Simbad el marino’ se distinga especialmente por la puesta en escena de Richard Wallace. Un discreto director que servía de la misma manera para un drama que para una comedia, que empezó durante la etapa del cine mudo en producciones de humor y que entre sus trabajos más recordados están los tres musicales que dirigió para la niña prodigio Shirley Temple o la comedia de misterio ‘¡Qué noche aquella’ (1942), protagonizada por Loretta Young. Su realización es funcional, plana, teatral y en la que, dada la facilidad con la que Hollywood relacionaba por entonces también colorido y vestuario exótico con cine musical, o atendiendo a esas experiencias en el pasado de Wallace con Shirley Temple, parece que los protagonistas y extras pueden ponerse a cantar y bailar en cualquier momento.

Para los aficionados al cómo Hollywood debía eludir los códigos de censura y decencia de la época, la escena de la noche de amor entre Simbad y Shireen, en el barco en alta mar, se soluciona con un beso y panorámica hacia las ventanillas y luego plano general de noche del buque. Y entre la poesía del recitado de sus diálogos, éstas son algunas de las frases que utilizará Simbar para enamorar a Shireen: ““¿Algún hombre te regaló una rosa? (“Nunca como prueba de amor”, le responde ella) “Y nadie te dijo que el oro es un terrón de tierra y las joyas simple guijarros y que el rocío que envuelve cada amanecer une a los enamorados”.







Póster de 'Simbad el marino':






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