Las dobleces de Hitchcock...




“Toma a dos hombres. Uno es un granjero honrado y trabajador. Un hombre bien parecido, apreciado por su comunidad que frecuenta la iglesia. Por otro lado, toma a un asesino al que no le importa matar mujeres y niños. Un ser despreciable y de naturaleza malvada que, como el granjero, busca esposa por correspondencia. Cada semana el granjero recibe dos, puede que tres cartas. El asesino recibe más de cien”

Orson Welles



Hitchcock demostró su alto nivel de cinismo el día que le confesó a Truffaut (en su famoso libro-entrevista) que en realidad su afirmación de que “La Sombra de una Duda” era su mejor película no era más que una simple burla: “No debería decir que "La Sombra de una Duda" es mi película favorita. Si me he manifestado a veces en ese sentido es porque me doy cuenta de que esta película es satisfactoria para nuestros amigos los verosímiles, nuestros amigos los lógicos…”

La crítica (más que el público) se rindió ante una película diferente que exploraba, por primera vez en el cine del director inglés, la figura del villano como protagonista. Desde aquel instante, la mayoría de los personajes que protagonizarían sus películas tendrían un doble fondo: Atormentados con reminiscencias de cobardía (“Vértigo”); amnésicos de turbio pasado (“Recuerda”); elitistas asesinos en busca del crimen perfecto (“La Soga”); cleptómanas poseídas por la culpa (“Marnie”). A Hitch no le interesan los personajes íntegros. Prefiere el fango a los caminos asfaltados.

No hay un solo plano en “La Sombra de una Duda” que no oculte un mensaje cifrado. El modo en que es presentado el tío Charlie (Joseph Cotten), tumbado en una cama rodeado de billetes esparcidos por una mesilla y el suelo, ya nos indica qué clase de hombre es. La cama es un objeto de seducción que Hitch utilizará más tarde cuando el tío Charlie se reencuentre con su sobrina mayor Charlie (Teresa Wright) con la que mantiene una especial relación. No es casual que ambos compartan el mismo nombre ni que se sientan asfixiados por el entorno que les rodea.

Los seductores modos del recién llegado se adaptan rápidamente su nuevo habitat, como un tiburón nadando entre boquerones. En todo momento, Hitch aporta pistas que indican que el tío Charlie es “diferente”: la intensidad de la luz desciende cada vez que entra en una estancia, las sombras que se marcan perennemente en su rostro dándole una imagen desasosegante, la omnipresente iglesia en la que nunca entra la cámara, la sombra de los barrotes de la escalera que se incrustan en las paredes transmitiendo la sensación de que en aquel pequeño pueblo se encuentra tan atrapado como lo está su sobrina.

El giro final lanzará al huesped contra la persona a la que más quiere. Al fin y al cabo, un escorpión siempre será un escorpión. Pero, ¿quién es el malo en un lugar en el que todos mienten? El humor negro del gordo inglés se mostrará al final, cuando decida “castigar” a Charlie uniéndola con un policía. Al margen de que Hitch odiaba a los guardianes de la ley, está arrojando al personaje en el abismo que ella tanto teme: el entorno cotidiano pequeño burgués de la perfecta familia americana.







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