Crítica: 'El Hobbit: La Desolación de Smaug'


Smaug está desolado, y no es para menos, la segunda entrega de ‘El Hobbit’ puede dejar desolado a cualquiera. Es posible que Peter Jackson pensara en su momento que hacer tres entregas de un libro de 300 páginas fuera una idea estupenda, o puede que simplemente pensara que haciendo 3 entregas conseguiría acabar como Smaug, en su Montaña Solitaria y durmiendo entre oro. De cualquier forma, el señor Peter Jackson no podría embaucar a nadie por más quilos de chroma que le pusiera a este intento de convertir un libro sencillo e infantil, en algo grotesco que huele desde lejos a intento de recuperar viejas glorias, si por viejo podemos entender a ‘El Señor de los anillos’. 

Pero vamos por partes, la segunda entrega de ‘El Hobbit’ es posible que entretenga a los más frikis de los 40.000 fotogramas, el 3D y todo este maquillaje cinematográfico con el que tanto le gusta jugar a Jackson. Vale sí, sabe cómo sacarle el mejor partido, no lo negaremos, ya que la película en sí es toda una experiencia visual. Pero si apartamos toda su ostentosidad encontraremos que está hueca por dentro. Se queda coja porque se pierde entre zarandeos sin saber muy bien hacia dónde va, al igual que sus protagonistas. 

Esta entrega, no sólo peca de lo que erraba en la primera, es decir de metraje malgastado en cosas poco transcendentales que no hacen avanzar la acción, sino que se recrea y se pierde en el intento de adquirir ese carácter de magnificencia que convertía al Señor de los anillos en algo singular.Sino que le sale el tiro por la culata pretendiendo que nos tomemos en serio a reyes elfos que parecen salidos de un concurso de Drag Queens, o de romances muy sacados de la manga que sirven como cortina de humo para despistar de la verdadera trama.

Porque si ya les costó bastante salir de la Comarca a los enanos en la primera parte de la saga, no os voy a contar lo que les cuesta en esta llegar a la Maldita Montaña Solitaria. Cualquiera pensaría que a Jackson se le ha olvidado que tenía que sacar al dragón en un momento dado y hacer honor a su título. En cambio, entre orcos y elfos innecesarios, la narración se convierte tan repetitiva como tediosa. Una narración que va a trompicones entre escenas absolutamente delirantes y otras tan monótonas como superfluas.


Ya desde su prólogo (con cameo más que evidente de su director), cualquiera puede adivinar que lo de rizar el rizo se iba a convertir en algo patente a lo largo del filme, pero llega a ser tan desmesurado, que lo que en la primera entrega dábamos por pasable, en esta se convierte en irritante. Y así, la irritación se convierte en una frustración pronunciada al ver como las escenas van pasando sin tener un final claro. Y nosotros nos preguntamos, ¿Dónde está el climax? En la Montaña Solitaria desde luego que no. 

Aunque ‘El Hobbit: La Desolación de Smaug’, es una prueba palpable de que la Tierra Media sigue teniendo encanto, aventura y peligros impensables, esto queda eclipsado por la aparatosidad de su envoltorio y el afán de meter más relleno que al anime de 'Naruto'. Por no hablar del falso sentimentalismo y solemnidad que destila. 

Mucho ruido y pocas nueces, así se resumiría ésta no-épica aventura de enanos y hobbits, que si no fuera por el nombre, poco tendría que ver con Tolkien. Menos mal que hay cosas que nunca fallan, como Ian McKellen en papel del eterno Gandalf, el dragón, muy salado él, al que le pone voz Benedict Cumberbatch, y las portentosas escenas de acción que dejarán pegado a la butaca a más de uno.










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