Crítica: Little Gay Boy.


'Little Gay Boy' de Antony Hickling es la película más atrevida, diferente y bizarra que pudo verse en el festival de Zinegoak. Esos tres adjetivos son más que suficientes para que merezca la pena verla, y son tres adjetivos que bien podrían describir cada una de las tres partes que integran la película. 'Little Gay Boy' es una de esas sorpresas con las que te encuentras muy de vez en cuando. Una película de presupuesto ínfimo que contrasta con las enormes ambiciones que lleva detrás. Una película que se libra de etiquetas y convenciones, y defiende su propia identidad a golpe de inspiración. Esa actitud del autor es similar a la de su protagonista, Christophe.

En la primera parte vemos un uso pronunciado de la ironía dramática. Un niño gay es ofrecido por la Divina Providencia, cuya mera existencia ridiculiza a los burócratas de la fé que más tarde demonizarán los actos sodomitas del niño. En la segunda parte se cuenta la adolescencia de Christophe, el descubrimiento de su sexualidad y cómo la sociedad reacciona ante ello. Christophe va sufriendo distintas humillaciones, y el actor Gaëtan Vettier refleja hábilmente la incomodidad y la confusión en su rostro. La sociedad le desnuda, tanto en sentido literal como metafórico, y los golpes que su autoestima recibe son los mismos que un mimo se inflige en una performance, representación del estado anímico del protagonista. En ocasiones, también verá las humillaciones como parte de un juego sadomasoquista, con la salvedad de que las humillaciones cotidianas no ofrecen la posibilidad del placer.


En la tercera parte aparece el fenómeno GSA: atracción sexual genética. Christophe se reencuentra con su padre, lo cual le produce emociones encontradas: ¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué aún así no puedo dejar de quererte? De este modo, surge una relación de amor ambivalente entre ellos: el padre ayuda al hijo a encontrar las piezas perdidas de su identidad, pero al mismo tiempo, el padre es el obstáculo último que impide la liberación absoluta del hijo. La escena de la cena recuerda a 'El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante' de Peter Greenaway, con actuación a lo Rebekah Del Rio en 'Mulholland Drive' incluída, y supone un clímax perfecto. Por un lado, se critica lo banal de los festejos, cuyos invitados llevan máscaras doradas que ocultan su verdadera personalidad. Personas falsas como ellos son las que han alienado al protagonista durante su recorrido vital. Por otro lado, el conflicto padre-hijo se resuelve de un modo brutal. El final ofrece una última nota de esperanza, y cierra una narración circular: una criatura obsequiada por los ángeles viene a sufrir los dolores de un mundo terrenal que le oprime, y liberando a su identidad de ese lastre impuesto por terceros vuelve a ponerse en contacto con su propia divinidad.


El mayor logro de la película de Antony Hickling es el de fusionar la psicología con la estética. La estética se define por las implicaciones psicológicas, y no se puede separar la una de la otra, pues ambas se nutren constantemente. Es esa cohesión lo que eleva a 'Little Gay Boy' por encima de otras películas experimentales que pueden ser igual de estimulantes estéticamente, pero que se olvidan del subtexto y del significado detrás de las imágenes. Hay un montón de cosas que no he mencionado: ángeles que bailan en la nieve, criaturas folklóricas que aparecen en los bosques... La película está llena de detalles para el cinéfilo pro (Derek Jarman, Peter Greenaway e incluso Apichatpong Weerasethakul), pero por encima de todo, es una historia sobre el descubrimiento sexual y las traumáticas experiencias que anteceden a la liberación de un individuo. Es esto lo que resuena con el espectador más allá de guiños culturales varios.




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