Crítica: 'Snowpiercer ('Rompenieves')


Con títulos como: Mother, Memories of Murder, e incluso la imprevisible The Host a la espalda, no es ninguna sorpresa que Bong Joon-Ho no haya escatimado en detalles para llevar a la gran pantalla Le Transperceneige, el título de la novela gráfica de Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb. Y como ya había hecho en las anteriormente nombradas, en Snowpiercer crea todo un abanico de géneros sin perder en ningún momento el sentido común, pero con un carácter casi provocativo. Mientras que estira del hilo de la ciencia ficción del que ya hacía gala en The Host, de Mother saca sus matices más surrealistas, sin dejar de lado, claro está, la maravillosa Memories of Murder, de la que saca el retrato más crudo de la sociedad, que es con lo que sazona con gracia este drama futurístico.

¿Pero qué tiene Snowpiercer que no hayamos visto antes en otras películas post-apocalípticas? En su premisa puede que muy poco, ya que sigue el mismo esquema ya usado hasta la saciedad en este tipo de propuestas: después de una catástrofe natural (he aquí los efectos del calentamiento global), la humanidad se divide en dos marcadas clases sociales. La más desfavorecida forcejea por sobrevivir a las adversidades que supone el nuevo orden mientras se intenta revelar contra él. Y aunque suene a prima lejana de 1984 o yéndonos por caminos más mainstream, a Los juegos del hambre, la cinta de Bong Joon-Ho no se detiene aquí, sus formas y sus estilos visuales tan variopintos como cohesionados, la convierten en una suerte de matrioska fílmica en la que Chris Evans se quita el escudo del Capitán América para conducirnos por los vagones del Rompenieves como Dante por los círculos del infierno de La Divina Comedia. Claro que no es Virgilio quien lo acompaña, sino el soberbio John Hurt, que desempeña la función de mentor. Tilda Swinton, tan camaleónica como nos tiene acostumbrados, destaca también en este laberinto en forma de tren que avanza tan rápido como la acción y que, eso sí, funciona tanto como escenario, como también de instrumento de estudio y crítica de la sociedad.

Al contrario del clásico literario de Dante Alighieri, el ritmo de Snowpiercer es desbocado, sin dar tregua al espectador, a Joon-Ho no se le olvida añadir otro ingrediente más a su revuelto de géneros, la acción (hasta el último tercio de metraje) cobra tanto protagonismo como la crítica social de la que hablábamos antes. Algunas de las escenas más vertiginosas poco tienen que envidiar a The Raid, por poner un ejemplo. Quizás otro de los puntos fuertes de la cinta sea su pulida puesta en escena, cuidando todo detalle, desde las secuencias visualmente más austeras, hasta las más extravagantes. La fotografía es notoria, y con esos encuadres medidos al milímetro, junto a una iluminación casi rozando el pictorialismo, es capaz de atravesar con fuerza la retina e ir directa al gusto estético más sibarita. Sin embargo, la exquisitez estética se encarga también de envolver con cuidado otro as a tener en consideración: la alta carga simbólica que se hace palpable a lo largo del film. Imposible no mencionar la importancia que cobra la psicología del color en la narración del relato y en dramatización que encontramos en la evolución de sus personajes. Además, en última instancia, también hay que remarcar la importancia que cobran los planos detalle de las manos; casi desde su inicio se nos van dando pistas de lo que más tarde será una de las claves para suturar y rematar la película. Sin intención de desvelar las claves de la trama, sólo queda decir que Snowpiercer puede pecar de personajes arquetípicos, pero no es ni de lejos una película plana, sino que cada detalle se encarga de dar forma a la diégesis. Bong Joon-Ho deja claro que va un paso por delante, y evita el regusto a blockbuster que viene lacrado por la temática post-apocalíptica.




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