Birdman: El fracaso como oportunidad.


Kevin Smith. Isaki Lacuesta. Alejandro González Iñárritu. Cineastas con una especialidad, un tipo de películas que saben que les va a salir bien, y que tal vez por lo aburrido de esa comodidad, deciden dar un giro de 180 grados a su carrera y probar a hacer algo diferente, con resultados muy dispares. Iñárritu puede darse por satisfecho esta vez, pues su transformación ha gozado del beneplácito de crítica y público. Parabienes aparte, lo cierto es que Iñárritu ha asumido no pocos riesgos que merecen ser reconocidos, pero sin sobredimensionar el impacto que tienen sobre la película en sí. Así como Boyhood era una película rodada a lo largo de 12 años, Birdman tiene un gancho conceptual similar: una película rodada como si fuera un único plano secuencia. Ambos ganchos son atractivos, pero eso no quita para que la primera tenga algunos momentos de tedio, y para que la segunda a veces se pase de efectista y confunda histerismo con profundidad.

Un film como Birdman caería al vacío sin unos intérpretes no ya capaces, sino que comprendan los entresijos, el mundo y la cultura de la actuación. Michael Keaton borda una de esas actuaciones que parecen hechas sin el más mínimo esfuerzo y en la que cada gesto es fluído. Edward Norton no podía sentirse más a gusto con el personaje nihilista y bukowskiano que le ha tocado. Pero sobre todo, quiero destacar a Andrea Riseborough. Rebosa vida en cada plano y engrandece cada escena en la que aparece. Por eso es una lástima que se olviden de ella en la segunda mitad de la película. Si he de elegir un punto flaco en el cast, este sería Emma Stone. La culpa no es tanto de ella, sino de un guión que la reduce un poco al cliché de adolescente-rebelde-y-oscura-que-piensa-que-su-padre-tiene-la-culpa-de-todo. Tiene un monólogo en asfixiante primer plano y ella no lo hace mal, pero las palabras que pronuncia son obvias. Ya nos las intuíamos sin que dijese nada. Hay otro momento en el que Naomi Watts llora después de una actuación y dice "ojalá tuviera más amor propio". Ese es uno de los errores de la película. Aún con toda su innovación formal, sigue habiendo momentos en los que cae en lo redundante y cree necesario verbalizar las emociones de los personajes, como si confiara en la imaginación del espectador a veces sí y a veces no.


Un arma de doble filo que tiene la película es la auto-consciencia. Por un lado, permite que haya grandes escenas como aquella en la que el personaje de Edward Norton quiere follar con Naomi Watts en plena actuación. Hacer algo indiscreto con un público mirando le produce una sensación de disfrute con el vértigo, sensación inalcanzable para él fuera del escenario. La auto-consciencia del personaje sobre su tara ha propiciado una gran escena en la que las barreras entre la actuación y la no-actuación, o el ser, se difuminan. También tenemos las reyertas dialécticas entre la mujer en el bar y el protagonista, el eterno conflicto 'crítica vs. artista', que muestra muy bien cómo ambas partes son muy auto-conscientes, pero tienen ideas preconcecibas sobre la otra y no están dispuestas a dar su brazo a torcer. Por otro lado, tenemos momentos que se coartan a sí mismos debido a su auto-consciencia. Como ese en el que, estando en una azotea, el personaje de Edward Norton le viene a decir al de Emma Stone que por mucho que se esfuerce en ir a contracorriente sigue siendo hermosa. Después, ella analiza lo que él ha dicho, lo llama cursi o algo similar, y la magia de la escena se pierde. Como una estrella se disecciona a sí misma hasta perder su brillo. Por ello, esta auto-consciencia puede provocar el desligamiento emocional en algunos espectadores.

Birdman está cerca de ser una gran película, pero las expectativas pueden llevarnos a engaño: es una historia conocida contada de modo diferente. A un hombre caído en declive se le presenta la oportunidad de recobrar cierto prestigio. Las dudas y neuras acumuladas durante los años de sequía amenazarán con sabotearle (en ocasiones recuerda a 'Cisne negro' con esa voz interior destructiva que amenaza con provocar un desdoblamiento en la personalidad), y sólo si consigue superar esas dudas conseguirá hacer del fracaso una oportunidad. Una oportunidad para nutrir su actuación del peso de experiencia que proporciona el fracaso, y así darle una utilidad. No es material revolucionario, pero el modo en el que nos lo cuentan es estimulante y contiene escenas memorables. Como esa en la que tras la última actuación, vemos a Spiderman, a un transformer y demás iconos del cine comercial campando a sus anchas en el escenario; figuras populares rebozándose en su ridículo. Y lejos de ese espectáculo banal, que es como un cáncer para el artista, vemos algo en el cielo. ¿Qué son? ¿Meteoritos? ¿Estrellas fugaces? No. Son estelas de vuelos personales que creíamos improbables.




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