Extra crítica: 'An Education'


A primera vista, uno de los atractivos de An Education era el reencontrarme con la directora Lone Scherfig, la firmante de títulos tan notables como Italiano para principiantes o Wilbur se quiere suicidar, con el añadido de comprobar cómo se había desenvuelto la danesa en una historia de ambiente y producción tan típicamente británica. Aunque una vez vista la película, lo que compruebo realmente es que lo más meritorio es la estupenda interpretación de su joven protagonista, una Carey Mulligan que ya empieza a crecer desde que tuvimos oportunidad de verla en Orgullo y prejuicio de Joe Wright.

Una actuación la de Carey Mulligan llena de expresividad y matices, que la ha hecho al menos candidata a un buen número de premios, de más o menos prestigio mediático y de entre los que se reparten a finales e inicios de cada temporada cinematográfica. Así que, y esperando que Mulligan no se convierta en un futuro en una de esas actrices creídas e insoportables, su buen hacer es lo mejor de An Education.

Está basada en las propias experiencias de la periodista Lynn Barber (en un guión adaptado por Nick Hornby, de Alta fidelidad), lo que conlleva el lógico retroceso en el tiempo y mirada a la época adolescente de ésta, el de los primeros años de la década de los 60 que fueron además el del inicio de cambios sociales, sobre todo respecto al nuevo rol de la mujer. Por decirlo de otra manera, momentos que influyeron en la propia Lynn Barber, representada en Jenny (la vivaz e inteligente adolescente de 16 años, y con sensibilidad artística representada por su afición a tocar el violonchelo, que encarna Mulligan), en la Inglaterra de posguerra y antes de la eclosión del fenómeno Beatles. Un país que aún seguía sumergida en una situación económica austera (Estados Unidos había sido la nación que había salido reforzada de la victoria en la II Guerra Mundial, tomando la hegemonía mundial), con enormes prejuicios sociales (se hace una referencia a aquellos ancianos blancos que temen convivir con vecinos negros cerca) y las funciones de la mujer relegadas a los tradicionales de la casa , familia e hijos.


La película se abre con unos planos de que resumen el tipo de educación que recibían las muchachas en la época: aprender a caminar erguidas, dignas y con porte (sosteniendo un libro en la cabeza), bailando (en una actividad social y lúdica que bien les puede valer el conseguir a un buen pretendiente) y la cocina (imprescindible para las consiguientes tareas del hogar y para satisfacer a sus futuros esposos). Poco después, y cómo corresponde a una muchachas de su edad, las veremos también jugando al hula-hop o dibujando corazones y formas en los ventanales. Indicándonos que son aún niñas transitando hacia la edad adulta.

Y me he detenido en señalar estas cuestiones y contexto porque la película de Scherfig poco más ofrece de interés. Su argumento no ofrece mayores complicaciones, ni la historia tantos vericuetos y subtramas apasionantes más allá de su esquema de chica adolescente conoce a hombre más maduro y se deja seducir por él.

La “educción” a la que hace referencia directa el título refleja perfectamente el dilema de Jenny, con dieciséis años y estudiando en una academia para señoritas, sobre la cuestión fundamental del argumento: la clase de educación que deberá elegir la protagonista con vistas a su futuro. Esto es, seguir con sus planes de llegar a estudiar en la prestigiosa Universidad de Oxford e intentar labrarse un futuro más sólido y emancipado; o bien dejarse conquistar por los encantos de lo inmediato, y de lo que dictan los hormonas juveniles, al enamorarse de un hombre mayor y dejarse llevar por un ambiente de restaurantes, conciertos y viajes, y que es lo más fácil y atractivo, pero renunciando a esa mejor posible educación en Oxford que tanto la podría beneficiar como persona. La enseñanza cultural se fusiona con la propiamente sentimental, y tanto la escuela de la vida como la de los colegios y universidades adquieren un mismo nivel de importancia.


Naturalmente su comprensivo, atento y dulce galán, David (notable Peter Sarsgaard, siempre con una sonrisa amable e inocente en la boca), parece la encarnación ideal del príncipe azul soñado por cualquier chica de su edad, o para una joven que prefiere el francés (¡sin que nadie me malinterprete!) al latín y que tiene completamente idealizada la cultura francesa y la ciudad de París. Pero, como cualquier espectador también intuirá, tanta perfección debe de esconder algún secreto, más allá del hecho que David y su compañero de correrías sean unos pillos que se ganan la vida especulando y medio estafando con obras de arte.

Como secundarios de lujo están Emma Thompson, la rígida directora de la academia (con bastantes prejuicios contra los judíos e inflexible a conceder “segundas oportunidades”); Olivia Williams, la profesora buena y comprensiva; Rosamund Pike, la poco culta amante del compañero de David (muy curiosa, siempre con una mirada entre anonadada y escéptica); o Alfred Molina, el padre de Jenny, y un hombre de la “vieja escuela”, de los que piensan que cuando más estudios tenga una mujer más valioso podrá ser el varón a cazar para un buen matrimonio.

Destacan algunos buenos diálogos, el carisma de sus intérpretes y el colorido y sofisticación que le pone Scherfig a las imágenes (más propias de unos idealizados Estados Unidos de los 50 que de un lluvioso y brumoso Londres de los 60), aunque algunas secuencias (las de París o las del hipódromo, no estén filmadas con la misma pulcritud (tal vez recordando su época “dogmática” con Von Trier). Y el tedio, ante una historia que tampoco es que ofrezca mucho, no llega al menos a apoderarse demasiado de esta adaptación, correcta en conjunto, e intensa por la interpretación de Carey Mulligan, impresionante ya en una de las primeras secuencias, en la que Jenny y David se conocen, en la calle y bajo la lluvia.








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