'A vida o muerte' (1946) - (El fantástico en los '40)



EL CIELO PUEDE ESPERAR

La fantasía romántica y en cierto modo política urdida por el británico Michael Powell y su socio por entonces el húngaro-británico Emeric Presburger está lejos de ser una película perfecta con un guión envidiable. Se mueve demasiado entre lo ridículo y lo sublime. Por ello no es de extrañar que en el momento de su estreno A vida o muerte fuera recibida con división de opiniones entre la crítica o que su éxito entre el público no fuera tampoco demasiado relevante. Pero, a la vez, su poderosa e imaginativa iconografía ha influenciado tanto en el cine como en la publicidad.

La historia trata sobre el poder del amor, en esta ocasión desafiando las reglas del Más Allá, entre un piloto de aviación británico, Peter Carter (David Niven), y una telegrafista norteamericana, Juno (Kim Hunter), destinada en la Gran Bretaña. Un inglés y una americana como manera también de intentar limar las históricas rivalidades y asperezas entre ingleses y americanos. La peculiaridad es que él acaba de librarse de una “muerte” segura al tirarse (al mar) sin paracaídas desde un bombardero en llamas.

Prácticamente un milagro o un error del cielo. En la mente del protagonista lo ocurrido es que su ángel de la guarda (naturalmente, ya que se hablan de asuntos del corazón, es francés y para más inri un aristócrata de la Revolución Francesa de 1789), le perdió de vista entre la bruma inglesa cuando debía recoger su cuerpo y llevárselo hacia el otro mundo. Y ahora, pese a las protestas celestiales, Carter considera que este breve aplazamiento de su defunción lo ha cambiado todo porque le ha permitido conocer en persona y enamorarse de Juno.

Tenemos servida la base argumental con una fuerte carga romántica y dejando con la intriga en el espectador de si lo que está sucediendo en las escenas celestiales es debido a un trastorno cerebral del protagonista o bien está sucediendo realmente. Pero la cuestión es que, en cualquier caso, Peter tiene que solucionar su cuenta pendiente, o de lo contrario perderá la vida, sea por razones médicas o divinas.


EXCESOS


Los defectos del filme no proceden, cómo se podría suponer, de que esta trama romántica fuera excesivamente azucarada o por el evidente hecho de tener que lidiar con unos temas, entre lo fantástico y lo real, que podían caer tan fácilmente en el ridículo o lo inverosímil. Hay incluso, y trascendiendo lo meramente cursi, una imagen bellísima de una rosa que contiene una lágrima de Juno y que será usada en el posterior juicio celestial para demostrar el amor que se profesa la pareja protagonista.

El problema es que A vida o muerte peca de intentar ser en ocasiones excesivamente trascendente, o de querer tocas demasiados frentes. Se abre con una imagen del universo, apuntándonos lo diminutos que somos y lo pequeña que es la humanidad y sus problemas en comparación con la grandeza infinita del cosmos, para terminar llevando el tema a otro terreno totalmente distinto, el de las cuestiones más locales y puramente coyunturales del momento como es el juicio divino a Peter Carter, el que deberá decidir si el bueno de Peter muere o no, y que derivará en una suerte de dictamen sobre esa rivalidad histórica entre británicos (cuando eran un imperio) y el resto del mundo, y sobre todo entre los estadounidenses. Ingleses y norteamericanos nuevamente enfrentados para resolver sus diferencias, esta vez en un Tribunal Supremo.

Además, el protagonista, Peter, lo tendrá crudo con el fiscal. Éste será ni más ni menos que un tal Abraham Farlan (Raymon Massey), o mejor dicho, el primer norteamericano muerto por una bala inglesa durante la Guerra de la Independencia, de modo que su odio por los británicos (pese a que no lo hace nada objetivo) es personal y visceral.

¿La grandeza del universo y lo diminuto de las miserias humanas? ¿Romance y Más Allá? ¿la enemistad histórica entre británicos y norteamericanos?... Powell y Pressburger mezclaron, no siempre con atino, demasiados temas, desde los más ligeros a otros supuestamente profundos.

El guión y los distintos argumentos se desarrollan a menudo fuera de lugar y con una simpleza e ingenuidad aplastantes, incluso para la misma época en la que se estrenó. Entre los elementos más frívolos están cuestiones como el representar, durante el Juicio, a los ingleses por medio del cricket (deporte nacional), o a los norteamericanos con una canción tan banal, aunque melódica, como ‘ Shoo Shoo Baby’ de las The Andrew Sisters (canción muy popular en su momento y que incluso dio nombre a un boeing B-17 Flying Fortress de la II Guerra Mundial).


Y SIN EMBARGO... SUBLIME


Pero también hablaba al inicio de A vida o muerte como algo sublime, y una película que había dejado huella en obras posteriores. Además, está considerada como una de las mejores películas británicas por la BFI, concretamente en el puesto número 20, por debajo de títulos como Carros de fuego (1981) o Enrique V (1944). Hoy en día es casi imposible referirse a ella como un clásico (menor) pero imprescindible.

Jack Cardiff nos regaló una fotografía estupenda en esa decisión de Powell y Emmeric de contar la historia recurriendo al blanco y negro, para las escenas en el cielo, y al color, para las de la Tierra. En una elección, el de poner colorido a las escenas terrenales, que dejan bien claras las intenciones de sus autores: por mucho reino celestial y vida eterna, de momento lo que cuenta es el aquí y ahora, la realidad de esta vida. Y potenciado con una visión del cielo repleto de ángeles de burócratas, con una actividad y trabajo no especialmente estimulante o alegre, más bien rutinario, y por lo tanto acercando su condición etérea y eterna a la común de una persona de la calle y mortal.

Pero las guindas son algunas ideas más extraordinarias, algunas de ellas convertidas en todo un icono del cine. Está el recurso de parar el tiempo en los momentos en que Peter Carter mantiene uno de sus supuestos contactos celestiales. Memorable es la escena de Juno jugando al ping pong con el Dr. Reeves (Roger Livesey) - el personaje secundario más relevante del filme -, quedando momentáneamente “congelados” en el tiempo… o en la mente enferma de Peter.

Y extraordinaria es esa arquitectura del cielo, diseñado por Alfred Junge, repleta de agujeros que comunican con los (enormes) sótanos; el teatro del juicio final (a Peter) rebosante de gente (5.375 personas, entonces sin técnicas de efectos digitales, había enfermeras de la Cruz Roja y pilotos de la RAF). Y sobre todo esa escalera que conduce al cielo (construida realmente por 106 peldaños, y todo un icono (que inspiró el nuevo título norteamericano, el de A Matter of Life and Death por el de Starcaise to Heaven), flanqueado por estatuas de ilustres personalidades históricas y difuntas de renombre, como Platón, Sócrates o Abraham Lincoln.




Carteles

Cartel del 50 aniversario y cartel italiano.



Y también:



B.S.O. de 'A vida o muerte'











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