Crítica: 'Prince of Persia: Las arenas del tiempo'


Desde que el popular videojuego “Prince of Persia” reapareciera, 15 años después, en las consolas de última generación, su salto a la gran pantalla podía darse por hecho. Por aquél entonces y tras un paso en falso titulado “Prince of Persia 3D”, “Las arenas del tiempo” fue toda una revolución para los gamers al integrar como nadie una experiencia cinematográfica de lo más avanzada con la condenada adicción de su sorprendente sistema de juego, que convertía al personaje -y por extensión, al jugador- en un saltimbanqui que lo mismo trepaba por una columna que se subía por las paredes, se descolgaba de vertiginosos tendederos o surfeaba saltando de roca en roca en pleno desmoronamiento de un edificio.

Ahora que buena parte del cine comercial se ha convertido en una suerte de videojuego pasivo, Mike Newell (director de “Harry Potter y el cáliz de fuego”) ha sido el encargado de convertir en dicho saltimbanqui al espectador, para lo que ha contado con la supervisión del especialista en bombazos taquilleros Jerry Bruckheimer.

La idea, según puede apreciar quien no esté demasiado atareado en buscarle peros -carentes de sentido- a la película que nos ocupa, es la de reducir la pasividad propia del formato cinematográfico y acercarse todo lo posible a la interacción consolera, dándole una vuelta de tuerca más a lo que ya probó Andrzej Bartkowiak con su infravalorada (aunque igualmente mediocre) versión para cines de “Doom”. Si en aquella los últimos veinte minutos se convertían en un shoot 'em up en primera persona, ahora la cámara de Newell va más allá, y muestra además los objetivos a los que tiene que llegar el personaje si quiere superar las diversas pruebas de su aventura o, si se quiere, pasar a la siguiente pantalla. Esto es, si el príncipe Dastan quiere entrar en el palacio de Alamut, debe hacerlo atravesando dos puertas bloqueadas por mecanismos enrevesados, y la película nos los muestra antes de tiempo para que nosotros, jugadores, nos hagamos a la idea y seamos capaces, en caso de necesitarlo, de controlar al protagonista y llevarlo hasta su meta. Como un buen puñado de videojuegos, en definitiva. Qué curioso que el poder de la daga de las arenas del tiempo, el Macguffin del film, permita precisamente volver atrás en el tiempo vislumbrando lo que está a punto volver de suceder, para poder cambiarlo como corresponda y evitar el game over...

Limitándonos a aspectos más pragmáticos de la película, obviamente cabe reconocer que no es el acabóse artístico ni, y esto ya es menos obvio y más imperdonable, técnico.


Su guión, más allá de una ambientación exótica y una premisa de intrigas entre lo místico y los juegos de coronas y herederos, recorre una senda ya conocida, por lo que pocas son las resoluciones originales con que puede quedarse el espectador y la sensación de déjà vu que últimamente asola a cada producción norteamericana aquí vuelve a hacer acto de presencia con molesto vigor, especialmente en los últimos minutos.

Ahora bien, sus guionistas -de pasado profesional muy oscuro- demuestran conocer a la perfección la saga de videojuegos que da título al film, quedando patente tanto en los numerosos guiños a la misma como en una continua guerra de pullas, bromas y atracción sexual inconfesa entre los personajes principales (Jake Gyllenhaal y Gemma Arterton) quizás excesivo para los oídos de un neófito pero más que bienvenido para un jugador que, si así lo deseara, podría escucharlos sin pausa a lo largo de toda la partida. Tales gags verbales son una de las principales señas de los juegos, igual que los imposibles saltos y escaladas a los que se hacía alusión algo más arriba.

Por supuesto, tales imposibles de la física requieren un esfuerzo extra por parte del espectador -el riesgo de caer en el ridículo es muy elevado- motivos por el cual, seguramente, se han visto muy reducidos en comparación con la fuente original. Siguen estando ahí, y en ocasiones son tan espectaculares como cuando se realizan en la consola -véanse los primeros y maravillosos veinte minutos del film-, pero Newell & Bruckheimer parecen haber preferido darle más importancia a las peleas físicas antes que a los espectáculos circenses, y es justamente por ahí por donde se encuentra el verdadero punto flaco a su producción.

Con un montaje absolutamente demencial, “Prince of Persia: las arenas del tiempo” hace de cada pelea un insufrible videoclip a base de precipitados cortes, ralentizaciones horteras y enfermizos primeros planos, hasta llegar a desear que Michael Bay pase por ahí a poner algo de calma. Cualquier intento de comprensión se antoja fantacientífico, y lo único que se desea durante su visionado es que acaben lo antes posible para volver a relajar la vista y alejar la amenazadora migraña que asoma. Comprobar lo breves y ajustadas que son cada una de las peleas es toda una bendición caída del cielo.

Además de este borrón que, de nuevo, tiende a detectarse en todo blockbuster similar, uno se puede quejar del manido guión, de la falta de seriedad general o de la poca enjundia de sus principales intérpretes (el único digno de mención es un desquiciado Alfred Molina). Toda la razón del mundo pero, francamente, dichas críticas a una producción como esta suenan más a pucheros de niño consentido que a un acercamiento acorde a las limitaciones del género. Y es que, y “Prince of Persia: las arenas del tiempo” no es la excepción, las superproducciones veraniegas buscan como principal y casi único objetivo entretener al personal a base de aventuras y acción a raudales, y un humor simple y universal. Cuando lo consiguen, que ya es mucho (y si no que se lo digan al último ladrillo de Ridley Scott) ya lo tienen todo ganado, y cualquier añadidura artística será más que bienvenida, pero en ningún caso necesaria.

En esta ocasión, y pese a que los efectos especiales rayan muy por debajo de lo esperado en los tiempos que corren (algo de lo que se resiente en exceso el poco acertado clímax), el objetivo se logra con creces, y le pese a quien le pese, “Prince of Persia” se convierte en todo un espectáculo para disfrutar con una coca-cola fría y un buen cuenco de palomitas.

Quien quiera algo más, que vaya a ver lo último de Kiarostami.

Por el Capitán Spaulding, del blog La casa de los horrores






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Comentarios

  1. Quien quiera algo más, que vaya a ver lo último de Kiarostami.

    No puedo estar más de acuerdo Capitan!

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  2. El principe de Persia es una cinta muy entretenida, me gusta que la historia se ubique en medio de un desierto con varias escenas de acción, una buena película de Mike Newell con una efectos especiales impresionantes, razón por la que a los fanaticos del cine nos llama la atención.

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