CRÍTICA: 'BALADA TRISTE DE TROMPETA'
EL AUTOR QUE NECESITABA EL CINE ESPAÑOL
Balada triste de trompeta es la película española (y no española) que he visto en mucho tiempo. Álex de la Iglesia nos demuestra por qué esa legión de seguidores y detractores. Sus excesos, sus personajes pasados de rosca, sus repartos estrafalarios y su buen hacer ya han dejado un puñado de buenas películas (El día de la bestia, La comunidad, Crimen ferpecto…). Balada triste pasa a engrosar esta lista en un lugar preferente.
Hace poco, este mismo año, Emilio Aragón nos trajo una buena película sobre la vida de unos cómicos (entrañables Imanol Arias y Lluis Homar) en pleno conflicto civil en Pájaros de papel. Curiosamente, la nueva cinta de De la Iglesia nos coloca en un punto de partida bastante similar. Su potente prólogo cuenta cómo los miembros de un circo son reclutados para luchar a la fuerza, y el horror de la guerra y la venganza. Hablamos de venganza y es inevitable mencionar Kill Bill, y hablamos de Tarantino y es imposible obviar Malditos bastardos. Porque ambas películas se parecen mucho, muchísimo.
La historia de un circo y de dos payasos peleados por una mujer en pleno Tardofranquismo, el ambiente social y político enrarecido, un país enfrentado y violencia a los límites de la locura. Lo que en Malditos bastardos era una cinta tensísima, en Balada triste de trompeta se convierte en esperpento reflejo de una década horrible a todas luces. El enfrentamiento de Antonio de la Torre y Carlos Areces, por mucho que el bilbaíno se niegue a reconocerlo, despunta como un retrato de las dos Españas de Machado. Y si bien los dos actores se entregan en cuerpo y alma a sus papeles (de la Torre huele a Goya), su trabajo queda deslucido por los excesos artísticos y argumentales del director, así como por la pobre interpretación de la femme fatal Carolina Bang (inexplicablemente descubierta por Álex de la Iglesia en su serie Plutón BRB Nero). Ver al payaso triste Areces es ver de nuevo a los olvidados payasos tristes de La cabina (Antonio Mercero), y da la sensación de que en los últimos años del dictador España consistía tan sólo en una galería poblada por freaks y otras criaturas apagadas.
Por eso cuesta entender el desvarío narrativo del guión hacia mitad de la película y por qué el director opta por un desarrollo más propio de Francisco Ibáñez que de un director serio o, digamos, melancólico. Porque si bien De la Iglesia mira esos años desde un prisma de horror y escepticismo, se cuela en su trabajo un aire melancólico y familiar que nos habla de ese homenaje a Raphael, presente como recurso de metalenguaje a lo largo de toda la segunda parte de la cinta. Así pues, encontramos un guión lleno de altibajos e incoherencia (incomprensible para quien recuerde Mirindas asesinas, del propio director vasco) frente a imágenes poderosísimas de principio a fin.
Álex de la Iglesia ha reconocido que ésta es su película más ambiciosa, y puede que dicha ambición le haya costado sus mayores defectos: humor tan negro que podría no entenderse, excesos visuales, personajes caricaturescos, y violencia por violencia. Los aciertos son otra cara de la misma moneda: humor negrísimo, imágenes poderosísimas, violencia gamberra… Y es que sólo un director que arriesgara podría convertir el Valle de los Caídos en la quintaesencia del cine patrio, regalarnos unos de los mejores créditos de nuestro cine y una película llena de ritmo, situaciones disparatadas y una vuelta de tuerca a nuestra Historia que debería contentar a las dos, cinco y mil Españas que existen.
En pocas palabras, una película descompensada, con un guión mal construido y gran derroche artístico. Una película cuyo mayor defecto es que es un cine tan d’auteur que alguien debía haberle parado los pies al director para frenarlo a veces y conseguir una película excelente y no sólo una de las mejores películas del año.
Definitivamente, me he enamorado de esta película. Enhorabuena por el blog, a ver si te gusta el mio.
ResponderEliminarMGM-Films
Un abrazo, Cinéfilo.