Retroback: Matar un ruiseñor

El festival de cine clásico de Granada, además de traer a la gran pantalla las curvas de la imperecedera Marilyn Monroe, trae otras pequeñas obras maestras. Ayer, sin ir más lejos, proyectaron Furtivos de José Luis Borau y Matar un ruiseñor, de la que hablamos recientemente en Cinempatía.
La programación de hoy vuelve a poner el listón muy arriba:
TEATRO ISABEL LA CATÓLICA
18.30 Fantomas
21.00 Niágara
CINEMA 2000
King Kong¿Teléfono rojo? volamos hacia Moscú
Hay que matar a B
El cuervo
Alguien voló sobre el nido del cuco
PALACIO CONDES DE GABIA
Los amantes


Sin más dilación, os dejo de nuevo con la crítica de esa maravilla de los años 60.

MATAR UN RUISEÑOR (1962)


Harper Lee publicó Matar un ruiseñor, ganó el Pulitzer y no volvió a publicar nada más. No obstante, nos dejó con una de las mejores obras maestras de la literatura. Es indiscutible que pocos escritores han logrado transmitir la pureza infantil y el enfrentamiento racial que ha nutrido a guionistas hasta nuestros días.
            Con un punto de partida tan brillante, una adaptación no lo tendría en absoluto fácil. Y no obstante, por una vez se hizo magia. Supieron captar el tono, los sentimientos, el ALMA del libro y extrapolarlo a la gran pantalla. Robert Mulligan dirigió la película sin exceso, con ese componente inocuo probablemente más que estudiado, ya que el poderoso y fiel guión y las interpretaciones de los protagonistas eran las principales bazas con que contaba la producción.
            Gregory Peck pasó a la posteridad en el cuerpo del abogado Atticus Finch, papel que le valió el Oscar a mejor actor en 1962. Pero el gran descubrimiento fue sin duda la protagonista. ¿Quién podía dar vida a la pequeña y desgarbada Scout? El casting llevó a los responsables a estudiar a miles de niños a lo largo de Estados Unidos, pero decidieron que necesitaban a una niña del sur, por eso de la credibilidad, y dieron con Mary Badham, una cría que no tenía experiencia interpretativa. Y lo clavó. Además, la relación con los otros niños y con su “padre” resulta tan natural en el desarrollo del film que no hay más que aplaudir.
            ¿Pero qué tiene Matar un ruiseñor de especial? Es el tono. No se ha vuelto a repetir nunca, me atrevería a decir. Esa contraposición entre la inocencia infantil y la crudeza de la realidad (explorados, entre otras, en Cuenta conmigo o El laberinto del fauno) corre el riesgo de parecer impostada. La película comienza con las vivencias de Scout y su hermano en un verano en plena Depresión. Los miedos, las leyendas de barrio, los vecinos, los juegos en la calle… parece que no escaparemos del universo de los hermanos Finch, y cuando nos queremos dar cuenta estamos ante el perfecto decapado de la sociedad de la época representada en la ciudad en que transcurre todo. Los acontecimientos se vuelven pesimistas y adultos cuando una mujer blanca acusa a un vecino negro de haberla violado. Atticus se encarga de defender al acusado, y así la historia deviene en uno de esos juicios que tanto gustan en América (¿Kramer contra Kramer?), aunque todo sigue compuesto a través del velo inocente de Scout.
            No hay excesos estilísticos ni defectos interpretativos, el equilibrio es desconcertante. La música acentúa el aspecto de cuento y la gravedad de los hechos que se exponen gracias a una partitura que no satura. La adaptación de la novela es un ejemplo prístino de cómo hacerlo sin cagarla (ahora quieren adaptar En el camino, de Kerouac). La alegoría del ruiseñor nos hace a todos más libres.
            Creo que ésta es una de esas historias que conviene revisitar de vez en cuando, ya sea la novela original o su adaptación. Porque en esta historia sobre vecinos de un pueblo del sur  residen las historias de todos nosotros, ya que el crecimiento y la (in)justicia son temas eternos y universales. Insisto, una obra maestra. De 10.

La pequeña Scout con Atticus

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