Crítica: ‘Eva’ – Sentimientos e inteligencia... ¿artificiales?


La cinematografía española no es precisamente pródiga en realizar películas con un componente de ciencia-ficción, por ello el que ‘Eva’ contenga elementos de este género es lo que la hacen extraordinaria. Aunque, concretamente, siga una vía mucho más cercana al melodrama en su desarrollo y desenlace que el propio del cine de anticipación.

En un guión en el que ha participado el reconocido dramaturgo Sergi Belbel, y puesto que en el argumento conviven robots y humanos, la clave está en reconocer la ya clásica temática de si las máquinas inteligentes creadas por el ser humano pueden llegar a tener sentimientos y alma. Un territorio que antes exploraron la mítica ‘Blade Runner’, de Ridley Scott, o la magistral ‘Inteligencia Artificial’, de Steven Spielberg; y que en la ciencia-ficción siempre ha dado su jugo, también en otras grandes superproducciones norteamericanas como el ‘Terminator 2’, por mucho que el film de James Cameron se situara preferentemente en el ámbito de la acción pura y dura.

Nada nuevo, si no se contempla desde la vertiente de las relaciones entre sus personajes principales, a excepción de enlazar la trama en torno a un cuarteto de personajes (principalmente dos). Por un lado, el del triángulo amoroso que formarán el científico Álex (Daniel Brühl) , su antiguo amor del pasado, Lana (Marta Etura), y su actual esposo, David (Alberto Ammann), que es también el hermano de Álex.


De hecho, el principal punto de vista está tomado desde la perspectiva de Álex, que regresa a su localidad natal de Santa Irene, 10 años después, para hacerse cargo del proyecto que dejó a medias entonces, el de crear el primer niño robot “libre”, con alma propia; y que de paso se reencuentra con aquello que dejó también a medias como su relación con Lana. Sin embargo, el personaje determinante será el cuarto, el de la joven de 10 años Eva (que da título a la película), la hija de Lana y David y en quien Álex se fijará para tomar como modelo para la creación de su niño robot artificial.


Esta producción catalana procedente de Escándalo Films, de la ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya), significa también el debut tras las cámaras de Kike Maíllo, cortometrista y realizador de videoclips (especialmente para el grupo de pop barcelonés Manos de topo), además profesor de la ESCAC, y sus imágenes no eluden los guiños y homenajes confesos o inconfesos a títulos claves del género.

En unas de las escenas más espectaculares se visualiza el cerebro artificial de los robots, una imagen virtual agrandada en torno a la cual los científicos, en este caso Álex, van añadiendo o deshaciendo los ingredientes que deben conformarlo, desde la poesía a la agresividad. Unido a una serie de vivencias (las que Eva debería aportar) para otorgarle a la creación sintética (el robot), las primeras bases a partir de las cuales, éste empezaría a desarrollar por sí mismo su propia personalidad. Y unos momentos que, por la manera del protagonista de trabajar e interactuar con estas piezas virutales del cerebro, recordarán muchísimo al detective John Anderton que interpreta Tom Cruise en algunas de las escenas más célebres de ‘Minority Report’, también de Spielberg.



Y si no fuera porque en los títulos de crédito iniciales se nos dice que la acción tiene lugar en el año 2041, nada veríamos de diseño futurista en esa Santa Irene, una población idílica y siempre cubierta de nieve, y por lo tanto un escenario fácilmente reconocible para que el espectador actual se identifique en lo que al fin y al cabo es una historia de sentimientos y amor. En las imágenes de Kike Maíllo sobrevuela una textura y estética más propia (en el buen sentido del término) de los años 70. Y los colores cumplen con algunas funciones determinantes en la dramaturgia de la película. Así, el blanco de la nieve que rodea Santa Irene puede relacionarse fácilmente con esa supuesta “alma y corazón” frío de los robots, pero también con lo idílico (por los paisajes y exteriores perpetuamente cubiertos de hielo o nieve) y con la pureza de estos nuevos ingenios mecánicos.

Paralelamente, si los exteriores resultan fríos, más cálidos y acogedores son los interiores, como el chalet de madera en el que reside Álex, símbolo acaso de las emociones y sentimientos propias de los seres vivos. Pero el color más llamativo de todos es el rojo del abrigo que luce la pequeña Eva (encarnado por la joven y debutante Clàudia Vega, una de las principales revelaciones de la película); un rojo vivaz y pasión que también le otorga la condición de ser “distinta” a los demás, y cualidades en las que Álex se fijará para tomarla como modelo para su niño robot.

Moverse entre la ciencia-ficción y el melodrama no es fácil, y un más difícil todavía es además intentar aportarle unas dosis de humor, que en muchos casos más bien pueden caer en el ridículo. Sin embargo, aquí las notas humorísticas, a cargo del servicial y efectivo mayordomo robot Max que interpreta Lluís Homar (un personaje que ya ha sido comparado con el de C3PO), y el gato robot del protagonista, llamado “Gris”, se revelan también como de los más sobresaliente del film. Pero el hecho que ‘Eva’ pueda gustar más o menos, más allá de su correcta puesta en escena o guión (y teniendo en cuenta que no es cine de autor ni de "arte y ensayo"), dependerá de lo que consiga calar en el espectador su escena final y posterior epílogo, así como su peculiaridad de ser un largometraje de ciencia-ficción hecho aquí.















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