Macro-entrevista a Antonio Trashorras, director de 'El Callejón'.



Durante el pasado Festival de Cine Fantástico de Bilbao, hubo una entrevista que me quedó pendiente. La elaboré a posteriori y por escrito, cosa de la que me alegro infinitamente, porque tal cantidad de miga en las respuestas no habría sido posible con las prisas festivaleras. Que no suene arrogante cuando digo que esta entrevista es interesantísima o directamente imprescindible. No lo es por mis preguntas, sino por las respuestas de Antonio Trashorras, de las mejores que he tenido el placer de recibir de entre todas las entrevistas que he realizado:


- Retrocedamos un par de años en el tiempo. Tu último trabajo como guionista antes de 'El Callejón' fue 'Agnosia', una película que tiendo a defender mucho. A veces recuerdo sus mejores momentos y me pregunto por qué no obtuvo más reconocimiento. Los aspectos más flojos los adjudico solamente a una interpretación y a cierta disonancia que percibí entre guión y dirección. ¿Tuviste la sensación de que la calidad de la película disminuía conforme se alejaba de tu texto o todo lo contrario?

De entrada me alegra mucho que aprecies ‘Agnosia’ y te agradezco que la recomiendes por ahí. Respecto a lo que me preguntas te diré que esta película sólo sufrió algún que otro recorte de guión debido a necesidades de producción o de puro minutaje. Es decir, el contenido fue muy respetado a la hora de rodar y montar aunque finalmente no quedó más remedio que prescindir de algunas  escenas (creo que dos o tres como mucho) que en mi opinión habrían enriquecido el resultado final, sobre todo en el aspecto de la psicología y las motivaciones de los personajes. A diferencia de otras veces en que es el director quien decide alterar detalles del guión o directamente eliminar cosas, en ‘Agnosia’ todo lo suprimido del corte final fue porque o bien no cabía en el plan de rodaje o bien porque durante el montaje se decidió que, para mejorar el ritmo y concentrar la acción, había que obtener una versión algo más corta de lo imaginado inicialmente. En cuanto a la labor de Eugenio Mira no sólo no tengo la menor queja sino que me siento extremadamente satisfecho de la colaboración con él. Lo considero un cineasta con mayúsculas y en no pocos momentos logró plasmar perfectamente el espíritu de lo escrito, aportando además una mirada bastante perversa e inteligente a lo que en manos de otro director con menos talento y capacidad para el morbo podría haberse quedado en una de esas películas de época pulcras pero sin apenas intención ni mordiente.


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Agnosia’ es el guión más personal que he escrito nunca, el más repleto de mis obsesiones y, porqué no decirlo, de caprichos tanto temáticos como estéticos. Tiene mucho de crisol de fascinaciones procedentes de cierta época de la narrativa popular hoy perdida en la memoria; ciertas maneras fabulatorias ubicadas entre los albores de la literatura gótica y el apogeo del folletín en papel y su posterior trasvase fílmico en forma de seriales de tono misterioso e intrincadas peripecias nacidas para girar sobre sí mismas, en perpetua búsqueda de, primero, el desconcierto, luego, el asombro, y, por último, y en el mejor de los casos, la maravilla. En esta película traté de aglutinar elementos de raíz decimonónica, remitiéndome a aquellas obras, hipnóticas en su mezcla de sencillez psicológica y romanticismo intenso, y recuperando de ellas el gusto por la fabulación rizada, llena de pormenores siniestros y meandros decadentistas. El padecimiento de la heroína enferma,  la integridad de su padre, las contradicciones de su prometido atenazado por la moral de la época y al tiempo consumido por la lujuria, las descabelladas maquinaciones de los villanos en la sombra, las dudas éticas del científico adelantado a su tiempo... en todos esos detalles quise que afloraran ecos de muchas lecturas mías de infancia y adolescencia, sobre todo Sue, Féval y Du Maurier (George y Daphne), así como de la Mariona Rebull de Ignacio Agustí, que en mí dejó una profunda huella a partir de la serie de televisión de los años 70. “Agnosia” también fue escrita por alguien cautivado por la lógica semionírica y la suma de momentos álgidos de un Feuillade, y que gustoso se quedaría para siempre a vivir dentro del más bello “remake” de la historia del celuloide, el Judex de Franju; por alguien, en definitiva, que no puede evitar sentir un pellizco de conmoción ante expresiones como “oscuro pasadizo” o “complot maligno”. Trabajar con Eugenio, encima, añadió el placer de compartir dicho proceso con alguien divertido, sorprendente y muy, muy cómplice con el tipo de amalgama conceptual y diversas patologías emocionales presentes en el guión. Espero que con el tiempo vayan surgiendo más espectadores que, como tú, aprecien las virtudes de esta película que, por desgracia, reconozco que, a nivel promocional, sí carecía de elementos claros para convertirse en un producto atractivo de cara al público mayoritario.




- Ahondando un poco más en esto, me interesa mucho conocer la dinámica entre un guionista y el director que adapta tu texto. ¿Qué es lo más importante de la comunicación guionista-director sobre el proyecto y lo más delicado de transmitir? ¿Eran compatibles las muy calculadas y cerebrales intenciones autorales de Eugenio Mira con el carácter más bien romántico y pasional de tu guión?

            Podríamos estar horas con este tema, tanto en general como respecto al proceso concreto de hacer 'Agnosia'. Primero te diría que en términos cinematográficos Eugenio y yo estamos bastante de acuerdo en lo principal y que, además, en esta historia concretamente encontramos un punto de entendimiento, al margen del cual sólo nos enzarzamos en discusiones interminables alrededor de temas muy menores, a veces puras chorradas que en el fondo servían como entretenimiento, como excusa para gritar y montar numeritos en los cafés en que nos reuníamos. Fue muy divertido e intenso, y te aseguro que la mirada de Eugenio no es tan cerebral como apuntas, aunque, obviamente, su puesta en escena sí que remite a un clasicismo que quizá hoy se percibe como muchísimo más “contenido” de lo que estamos acostumbrados a ver en el cine actual. Yo tengo la absoluta certeza de que si el guión lo hubiera rodado Nolan hubiera inyectado a todas las escenas esa intensidad típica suya, ese “emocionalismo” milimétrico tan efectivo de cara al gran público pero, no nos engañemos, en realidad tan falso, tan de laboratorio, por no decir (y lo siento por los admiradores de Nolan) tan de cineasta mercenario especializado en satisfacer a sus clientes. Eugenio por su lado y yo por el mío podremos convencer más o menos con nuestras ideas sobre el cine, nuestras pelis podrán gustar o no, pero te aseguro que no nos planteamos hacer nada que no nos apasione o que no consideremos cercano a nuestra manera de ver la vida, las relaciones humanas y, en último término, el cine como forma de expresión personal. Esa honestidad creo que está muy presente en “Agnosia” en multitud de decisiones grandes y pequeñas, tanto de guión como de dirección, muchas de las cuales un capitán de barco más interesado en obtener el beneplácito general, o sea, tipo Nolan, seguramente hubiera desechado, entregando a las taquillas un largometraje de aspecto más “moderno”, ritmo más sincopado, tono más exagerado y visionado más… digamos, fácil.


- Centrándonos ya en 'El Callejón'... Vivimos en los tiempos de elogio a la verosimilitud, el auge del found-footage, etc., y en cuanto una película se aleja un poco de esa representación de la realidad, se activa un mecanismo de cinismo y altivez en contra de esa obra. ¿Qué fue lo que te impulsó a sacar adelante un proyecto que se alejaba de esa verosimilitud sabiendo que la respuesta de cierto público sería uraña?

            A mí la realidad me interesa bien poco. Y no sólo me refiero al cine o a la ficción… estoy pensando en prácticamente todos los aspectos de la vida. Yo miro a mi alrededor y entiendo bien poco de cómo se comporta la gente. Mejor dicho, sí que entiendo las motivaciones y las emociones de los individuos, y en ello me baso para escribir, claro, pero cuando esas personas se unen y forman grupos, tribus o, en último término, eso que llamamos sociedad, yo ahí ya me pierdo y paso a notar una gran confusión y a no comprender nada. Creo que soy el peor sociólogo del mundo. Y tampoco es que me considere buen psicólogo, pero al menos sí sé que puedo desmenuzar y llegar entender las ideas más extrañas que un cerebro pueda originar. De ahí que  no es que no me interese el realismo sino que me desconcierta por lo que tiene de relación con la lógica colectiva y el modo en que funciona todo a escala más allá de las minorías. Si intento practicar el realismo acabo sintiéndome como un daltónico que se empeñase en usar toda la paleta de colores. En la ficción me interesan todo tipo de generos, pero quizá mi conexión con el fantástico es mayor porque me ofrece la posibilidad de refugiarme ahí sin que irrumpa demasiado la realidad. También es porque en ese tipo de historias encuentró más margen para la imaginación y la inocencia, que es algo que cualquier nostálgico de la infancia busca durante toda su vida, eso que llaman “sentido de la maravilla” y que no es sino el intento deliberado de revivir aquel asombro que me cuesta pensar que alguien no eche de menos en su vida adulta.

            Ese mecanismo de cinismo y altivez del que hablas, contra la obra que se aparta del realismo, es algo que me preocupa mucho y que considero un cáncer muy extendido en el espectador de hoy. En el fondo indica lo castrada que muchísima gente, y más si hablamos de España, tiene la imaginación, y el modo en que grisura de sus vidas dentro de esta sociedad, en lugar de fomentar sus ganas de soñar, de escapar al menos mentalmente y experimentar lo imposible, lo que ha hecho ha sido convertirlos en policías del orden natural incapaces de valorar, y no digamos ya disfrutar, con ninguna narración o forma de expresión que juguetee con lo chocante, lo irreal, lo quimérico… Siempre ha existido un tipo de público tendente a rechazar lo imaginativo, lectores y espectadores que consideraban una obligación por parte del creador cumplir con ciertas reglas de verosimilitud, y que si éste trascendía dichos márgenes, se sentían estafados y reaccionaban violentamente contra la obra asumiendo que tras ella se encontraba alguien que en lugar de divertirlos o abrir sus ojos a algo maravilloso lo que pretendía era tomarles el pelo. Pues bien, no sé si es impresión mía, supongo que también potenciada al vivir en un país tan poco dado a la fantasía como éste, pero advierto una proliferación de ese público intolerante con la imaginación, el cual quiere ser entretenido, sí, pero negándose a la vez a acompañarte más allá de las cuatro paredes de lo posible. Además de sentir cierta lástima genuina hacia ellos, a mí esa gente con la imaginación mutilada, incapaz de disfrutar, y en el peor de los casos incluso de respetar, un cuento sobrenatural o una escena onírica, también me dan miedo, ya que siento en ellos el verdadero aliento de la tiranía del gusto uniforme. Y es que, piénsalo, si bien existen infinitas maneras de plasmar lo imposible, ya sea en un relato o en un cuadro, en cambio moviéndote dentro del más estricto naturalismo, sintiéndote obligado a resultar verosímil, cuentas con una gama limitada de posibilidades. No digo, ni mucho menos, que el realismo no pueda ser un campo fértil para la creatividad o que resulte empobrecedor “per sé”; sólo recalco la triste extrañeza que me provocan aquellos que se cierran a otras opciones expresivas y que, en el peor de los casos, desarrollan una actitud de desdén hacia la ficción no dispuesta a someterse a la dictadura de lo real, algo no demasiado lejano al puro desprecio a la diferencia. Ahora bien, lo que ya resulta extremadamente paradójico es cuando esa manera de pensar la esgrime un público que, a la vez, sí que puede considerarse aficionado al género fantástico. Son espectadores que, aun disfrutando de los estilemas y códigos propios de estas historias, se incomodan si juegas con sus elementos, si te saltas alguna tradición o ignoras alguna (supuesta) regla. Lo que quiero decir es que el colmo del sinsentido, para alguien como yo, que lo que siempre apreció del fantástico fue la sensación de libertad, es observar cómo cada vez más aficionados lo que valoran es la credibilidad de lo que les están contando, poniéndolo siempre en relación con lo que es o no posible dentro de un marco normativo previamente aceptado. Si a esto sumamos el distanciamiento emocional por medio de la ironía tan propio de determinado sector del “fandom” que sobre todo busca sentirse superior a la obra en lugar de dejarse seducir por ella, obtenemos el retrato robot de un espectador tan favorable a la sorpresa y abierto al sentido de la maravilla como esa anciana de luto que, tras la ventana, observa con desprecio cómo por la calle de su tedioso pueblo pasa una forastera maquillada y con ropa de colores.

            Volviendo a “El callejón”, y perdón por tan largo preámbulo, te diré que lo que me impulsó a hacer la película tal y cómo es, tiene que ver precisamente con esa angustia que me produce el “aquí” y el “ahora” del género, tan orientado, por un lado, a esa verosimilitud de la que hablábamos, y, por otro, hacia la emoción-papilla fácilmente digerible por un espectro de público lo más amplio posible al nutrirse de sentimientos y conceptos tan, digamos, “bien vistos”, tan arraigados en el ciudadano medio que garantizan un mínimo de respetabilidad más allá del círculo de espectadores que buscan la pura catarsis del terror. Reconozco que en cierto momento me plantee hacer una película, o al menos intentarlo, más cercana a la corriente del momento, revestida de mayor gravedad, más… sí, “realista”, y sin guiño alguno al núcleo duro del género; en suma, una película más orientada a gustar a cualquiera que se me cruce por la calle que a mí mismo o a los que son como yo. Mi sorpresa fue comprobar, a medida que avanzaban los procesos y tenía que ir tomando decisiones, era verdaderamente incapaz de concretar esa apuesta pragmática y realizar una película que no se ajustase de verdad a mi instinto. Supongo que el resultado me retrata, puede que incluso con Rayos X, no sólo como cinéfilo sino también como persona.




- Sinceramente, no esperaba gran cosa de Ana de Armas, pero consigue aguantar la película a sus espaldas de forma sorprendente. ¿Te costó mucho convencerla para que diese tanto? ¿La puteaste repitiendo 50 veces la misma toma a lo Kubrick o tenía ese potencial escondido?

            Ana es muy buena actriz, muy perspicaz y con mucha, mucha capacidad de entrega. Por desgracia, entiendo que de cara a juzgar su trabajo pesen los prejuicios. Además de su juventud y belleza, factores que muy a menudo se asumen como incompatibles con el talento, encima tiene que luchar con la imagen que de ella ha creado una trayectoria hasta ahora fundamentalmente televisiva, un medio donde, por mucho esfuerzo que le echen todas las partes implicadas, no es fácil que los actores brillen (me refiero a la industria española, claro, donde las prisas y el volumen de trabajo diario juegan muy en contra de la concentración de los intérpretes). Para el tipo de película que tenía en mente necesitaba una actriz que no sólo tuviese una belleza incontestable (el factor “voyeurista”, por supuesto, jamás pensé en ocultarlo)  sino que también pudiera aportar verdadera humanidad al personaje. De Ana me interesó desde el primer momento que, igual que el personaje, no es española, sino que ha venido del extranjero a intentar ganarse la vida aquí. Ambas, Rosa, el personaje, y Ana, la actriz, son emigrantes, aunque a una, como vemos en los primeros minutos de película, no le ha ido muy bien desde su llegada, y la otra, por el contrario, se puede decir que ha triunfado. Desde el principio le comenté a Ana que meditara sobre esas conexiones entre ella y Rosa, que imaginase la frustración que ella sentiría a estas alturas si desde que llegó de Cuba no hubiera podido abrirse camino en su profesión y se viese obligada a malvivir en un empleo alienante. Esa frustración sumada al inevitable desarraigo de todo el que ha abandonado su país, tenga luego éxito o no, fueron sentimientos que a Ana le sirvieron mucho a la hora de construir el personaje y si al final su interpretación resulta tan convincente es porque, obviamente, encontró muy astutamente esos puntos de conexión emocional con Rosa.

            En cuanto al número de tomas ocurrió justo lo contrario a lo que apuntas. Lejos de rodar muchas, tratando de encontrar “algo”, lo que ocurrió, para mi sorpresa y alivio, fue que Ana solía lograr una primera o como mucho segunda toma de mi entero agrado. Quitando alguna que otra excepción, si en algún plano tenía que ir más allá de la tercera toma era por motivos puramente técnicos. También es cierto que nuestro plan de rodaje era muy apretado y apenas teníamos tiempo para recrearnos en nada, de modo que si ella no hubiera estado tan concentrada y rendido a tan buen nivel en las primeras tomas seguramente hubiera acabado topándome con un serio problema de tiempo. Vamos, que de Kubrick nada… En el tiempo que rodé “El callejón” supongo que Kubrick hubiera obtenido unos cinco minutillos útiles de “Eyes Wide Shut”. Eso no quita, claro, que esos cinco minutos suyos valgan más que toda mi película, que toda mi filmografía… si me apuras, que mi vida entera.



- A la película no le vi tanto del "placer voyeurístico de ver a una tía buena pasándolo mal" como esperaba. Me quedó bastante claro que mostrabas cariño por el personaje a pesar de hacerle actuar de forma estúpida en ocasiones (el spray de ojos como arma definitiva), y no sé si porque me enamoro muy fácilmente de los ojos de Ana de Armas, pero yo casi prefiero tener esa empatía que la malsana diversión derivada del sufrimiento ajeno. Pero esto es sólo mi impresión. ¿Cuál era tu deseo inicial con respecto a la reacción de los espectadores? ¿Que sufrieran con ella, que se mofaran de sus reacciones o que se debatieran confusos entre ambas opciones?

            Por un lado el personaje tiene todo mi cariño, eso desde luego. Ella representa, en sentido general, a cierta clase oprimida y forzada al desarraigo, y en lo particular a todas esas personas que, por talento o bondad, merecen realmente una mayor suerte en la vida, tanto laboral como personal. Ahora bien, por motivos estilísticos e incluso formales jamás fue mi intención ahondar en el sufrimiento del personaje durante la segunda parte de película hasta obtener un resultado incómodo de contemplar. Aunque me encanta cierto tipo de cine que muestra la violencia de manera realista, esta película nunca la imaginé en ese tono tan duro. Aun practicando algo el sadismo hacia la protagonista, siempre me mantengo, creo, más cerca del cuento macabro y decadente, escenificado de la manera más bella posible, que del reportaje periodístico escabroso con todo lo que eso conlleva de cercanía desagradable a nuestras vidas. En lo que respecta a las reacciones, digamos que “desesperadas”, del personaje central durante cierta parte de la película, no creo que en ningún momento deje de comportarse de manera absolutamente lógica, dado el acoso que sufre y las pocas oportunidades de salvación con que cuenta. Eso sí, reconozco que esa acumulación de eventos en tan poco tiempo y espacio, tan de mi gusto, claro, acaban por crear cierto tono de irrealidad alrededor de la protagonista que habrá quien considere disparatado y difícil de aceptar desde el naturalismo y el psicologismo más común. En otras palabras, ella sufre al intentar comportarse en todo momento de modo racional pese a estar inmersa en una pesadilla que, a partir de cierto punto, no deja de alejarse más y más de la lógica y la realidad. Y, por cierto, ¡un spray antiviolación puede ser un arma de lo más temible! Durante el rodaje usamos algunos para comprobar su verdadero alcance y efectos, y te aseguro que si un villano, tanto en el cine como en la vida real, debería tenerlos mucho, mucho respeto.




- La película está muy "dirigida". Utiliza muchos recursos expresivos y lo hace con una pericia más propia de director que de guionista. ¿Has descubierto en la dirección un campo de juego más divertido y planeas quedarte ahí o piensas seguir escribiendo?


            Hay varios lectores de mis guiones, profesionales del medio, ya fueran productores, directores u otros guionistas, que alguna vez han dicho que tendía a “dirigir” sobre el papel. Lo cierto es que no me recuerdo jamás escribiendo una escena y no visualizando exactamente cómo se vería en pantalla. Hasta cierto punto escribo los guiones intentando transcribir las imágenes que voy viendo en mi cabeza, aunque, por supuesto, si estoy trabajando para otro director apenas incluyo en la página anotaciones de puesta en escena, por una cuestión de mero respeto profesional, ya que su trabajo consiste en crear imágenes y un excesivo detalle por mi parte en el apartado visual podría dificultar su trabajo. No es sólo que pueda considerarse “intrusismo” sino que, de hecho, lo correcto es que el director tenga la cabeza lo más limpia posible de imágenes mientras lee, para que sea su talento para la planificación lo que convierta la película en una cosa u otra. Aún así, como decía, sin llegar tan lejos como a describir planos, sí me doy cuenta que tengo una tendencia al escribir guiones a marcar la mirada, a no describir lo que pasa en “plano master”, sino a narrar enfatizando ciertas cosas y otras no, como intentando transmitir la sensación de estar viendo una imagen tras otra, ahora más cerca del actor, ahora más lejos, ahora desde arriba, ahora un plano muy largo, ahora apenas un inserto cortísimo… Ya digo que nunca llego a usar las palabras “plano” o “corte”, no escribo contando un “storyboard”, pero sí que me resulta imposible no “dirigir” la mirada imaginaria del que lee, llevándole de alguna manera a visualizar la película mental que yo he querido volcar en el papel.

            Luego, al llegarme el momento de dirigir, curiosamente, yo mismo he tendido a apartarme de esa hoja de ruta, improvisando planos sobre la marcha y cambiando cosas que antes tenía clarísimas en el aspecto visual, pero que, una vez metido en harina, o bien no podía ejecutar por limitaciones de tiempo o medios, o simplemente ya no me divertía ni siquiera intentar. Ni antes de haber dirigido una película me consideraba más escritor que director ni ahora, una vez he rodado ya un largometraje y la experiencia me ha resultado de lo más grata, puedo decir que soy más cineasta que guionista. Crear desde la nada tus propias historias es duro pero proporciona una serie de satisfacciones diferentes, ni mayores ni menores, que jugar (a veces sufriendo un poco, claro) en ese demencial patio de recreo que en el fondo es un rodaje.




- En 'El Callejón' se puede ver algo de giallo, o de la descomposición que de él hace 'Amer', pero también se aventura en otras vertientes del género fantástico y de terror más propias de los 80. Esto me dio la impresión de que en la película conviven dos tipos de cine muy distintos: el cine subversivo, auto-analítico y de distanciamiento irónico, y el cine evasivo, inocente y escapista. ¿Crees que este es un maridaje con posibilidades de éxito o uno que está destinado a pelear constantemente consigo mismo?

            Veo que eres un espectador muy afín a la película y que interpretas correctamente las distintas tensiones que en ella anidan. Además tu mención a ‘Amer’ me emociona, ya que es una de las películas recientes con las que más me he identificado, por no decir la que más. Mantengo un cierto contacto con sus directores, Bruno Forzani y Hélène Cattet, y me hizo muy feliz que en la edición española en DVD de ‘Amer’ se incluyera como complemento mi cortometraje ‘Dos manos zurdas y un racimo de ojos teñidos de gris’. Eso sí que fue para mí un verdadero honor. Respondiendo a lo que planteabas… verás, yo soy un cinéfago extremo, un espectador voraz y omnívoro que de lo único que estoy medio seguro es que, dejando aparte a mi familia, lo más importante de mi vida son las películas. Y fíjate que no digo el Cine, así en mayúsculas, como si fuera una cosa sagrada, sino las películas, todas ellas, las buenas y las malas, las antiguas y las modernas, de todos los estilos, géneros y procedencias. Desde muy pequeño, desde aquellos tiempos en que en televisión ponían a distintas horas todo tipo de películas o podías ir a los cines de barrio a deglutir programaciones dobles auténticamente descabelladas (y no digamos más adelante, en la época dorada del VHS y los videoclubs), yo he ido adquiriendo más que una “cultura fílmica” una verdadera adicción, que, sí, es posible, haya terminado dando lugar a un criterio de calidad, a cierto “gusto” quisiera creer que defendible. Ahora bien, cinematográficamente, yo soy un hijo de la mezcla y el revoltijo, y, por tanto, alguien que en lo creativo tiende de manera natural hacia la hibridación, el discurso fragmentario y la variedad de tonos. Para colmo, reconozco que a menudo una película perteneciente a eso que llamas “cine evasivo, inocente y escapista” me impacta de tal manera que puedo tirarme pensando en ella, muy en serio, durante varios años (ejemplo: La boda de mi mejor amigo), mientras que, por el contrario, alguno de esos autores tan respetados que suelen ser contemplados y analizados con gravedad reverencial (ejemplo: Guy Maddin) a mí lo que en realidad me producen es un alborozo y una diversión tan genuina como la que otros experimentarían ante un numerito del Crazy Horse… o eso que llaman telerrealidad.



- Un elemento en común que veo entre tu corto 'Dos manos zurdas y un racimo de ojos manchados de gris' y 'El Callejón' es que, en ambas, el giallo es el lugar al que la protagonista va cuando está angustiada y la realidad le desborda. De algún modo, es como un infierno afable, un lugar aterrador que sin embargo te acoge con los brazos abiertos. Un poco como la mascota Maromi de 'Paranoia Agent', de Satoshi Kon. ¿Ves esa dualidad "placidez / horror absoluto" en los colores primarios y el imaginario del giallo o es sólo el dulce sabor de la muerte?

            Es curioso que menciones a Kon. Yo también soy un gran admirador suyo. Por cierto, supongo que sabes que también hizo un giallo, “Perfect Blue”, lleno de dislocaciones de la percepción, trampas argumentales y soluciones visuales originalísimas. Me quedé bastante noqueado cuando murió, tan joven… En cuanto a tu pregunta… a ver… en aquel cortometraje lo que contaba era la historia de una mujer con una serie de traumas respecto a los hombres y una estabilidad psicológica ya muy al límite que, al ver que su hijo dejaba atrás la infancia también notaba que empezaba a convertirse, a mutar en lo que ella más odiaba y temía: otro de “ellos”. El primer nivel de la narración, la “realidad”, transcurría en un microuniverso (la casa de la protagonista) que intenté que resultara claustrofóbico y lo menos familiar posible, y que estéticamente se inspiraba en ciertos películas italianas de los 70 que delimitan un minisubgénero que podríamos llamar “explotación polanskiana”. Son títulos como “Una lagartija con piel de mujer”, “Todos los colores de la oscuridad” o “El perfume de la señora de negro” que de alguna manera beben de los temas y hallazgos estilísticos de Polanski en películas como “Repulsion, “La semilla del diablo” o “El quimérico inquilino”, pero añadiendo esa mirada chocante, superficial y premeditadamente sexy tan característica de las apropiaciones mediterráneas de los géneros y modas en boga en cada momento.

            Cuando la protagonista de mi corto experimentaba alucinaciones o tenía pesadillas nos veíamos transportados a otra dimensión oscura en la cual sus traumas y temores más repugnantes se materializaban en formas anómalas y personajes deformes para los que me inspiré en algunas modalidades expresivas de origen japonés que me resultan muy estimulantes: por un lado el “eroguro”, o erotismo terrorífico y grotesco, procedente tanto de la pintura y el comic como del cine, y, por otro, el “butoh”, un tipo de danza decididamente siniestra. Ambos planos narrativos y estéticos, el real (giallo) y el imaginario (eroguro), se van alternando hasta que, al final, asistimos al alumbramiento de una tercera configuración pesadillesca cuya referencia iconográfica más cercana sería la de ciertas obras de Clive Barker. Reconozco que este es el resumen más sintético que me veo capaz de hacer de “Dos manos zurdas y un racimo de ojos manchados de gris”, ya que fue un trabajo en el que condensé hasta unos límites que incluso a mí me sorprenden multitud de obsesiones y filias, obteniendo un resultado que, desde luego, no puede calificarse de ligero. “El callejón” está emparentada a muchos niveles con aquel trabajo, pero, obviamente, tratando de mantenerme mucho más cerca del gusto mayoritario y adaptar todas mis querencias a una historia repleta de acontecimientos, en la que siempre estén pasando cosas, ocurriendo nuevos giros… Aun así, y pese a que esta vez mi protagonista no era una trastornada, no pude evitar la tentación de introducirla de nuevo, puntualmente, en el terreno de las pesadillas, añadiendo así otro grado de rareza en una película que, por lo demás, ya cuenta con varias alteraciones bastante vistosas de tono y aspecto.




- Otro aspecto de la película que me gusta mucho es que, por muchas referencias que posea, nunca deja de lado el lado lúdico. ¿Fue difícil durante la escritura del guión sopesar el homenaje en una mano y la diversión pura en otra?

            Es que para mí el homenaje es diversión, y las referencias o los guiños sólo son pequeñas guindas que coloco para que el pastel sea de mi agrado, aunque sin condicionar demasiado el visionado de aquellos que no comparten tales referencias. Estoy seguro de que al final las suelen captar apenas un puñado de espectadores y es muy raro que éstas afecten a la opinión del público no cinéfilo. Por ejemplo, para casi todo el mundo “Kill Bill” no es una ensalada de homenajes sino una febril saga de venganza y artes marciales, y su efectividad de cara a la mayoría jamás se verá resentida por la avalancha de guiños que unos pocos sí advertimos dentro de ella. Difícilmente puede molestar algo que no se percibe. A escala minúscula también creo que en mi película los homenajes que por ahí he ido introduciendo no tienen porqué distraer al público no iniciado en el tipo (o los tipos) de películas que estoy aludiendo y rindiendo pleitesía.


- También me gusta que te tomes tu tiempo en presentar al personaje principal y su relación con su captor, que considero vital para la implicación en todo lo que viene después. Dada la condición de cierto personaje -no quiero hacer spoilers- da la impresión, o a mí me gusta pensar, que no había planeado desde el minuto 1 el ataque a la chica, que ese 'pequeño' detalle de su naturaleza es lo único que se interpone entre la química instantánea que descubren tener. En otras palabras, ¿crees que en una realidad paralela 'El Callejón' podría haber sido un drama romántico con lavanderías de por medio de Isabel Coixet?

            Lo has entendido perfectamente. La película de terror nace en el momento en que la protagonista hace algo muy determinado que desencadena los acontecimientos, pero, no haber ocurrido ese giro tan desafortunado estaríamos ante una pequeña historia no sé si exactamente de amor, pero sí de conexión, de empatía entre dos seres a quienes las circunstancias han convertido en solitarios y que en un típico momento de intimidad entre extraños encuentran una inesperada comprensión mútua. El mayor reto tonal y rítmico de la película fue sin duda intentar mantener esa estructura tan desequilibrada entre sus distintas partes que me había empeñado en hacer funcionar en papel, pero que luego, obviamente, uno puede llevarse la desagradable sorpresa de que en pantalla hay manera de sostener. Por supuesto, al hacer un primer acto así, tan centrado en los personajes y en la pura atmósfera, de ritmo tan reposado y tono tan íntimo, incluso con ciertas dosis de comentario social, era y soy consciente de estar provocando que ciertos espectadores impacientes se quejen de que el arranque de la película es lento, de que “no pasa nada” hasta transcurrida media hora, incluso, porqué no, de que los primeros minutos son “una película” y el resto “otra”. Qué le voy a hacer… Ahora que ha pasado por varios festivales y he recibido opiniones de todo tipo, debo decir que algunos de los comentarios más positivos (e inteligentes, no tengo reparos en añadir) se centran en el modo en que la película va cambiando desde ese tono melancólico y ese ritmo incluso asténico del comienzo hasta el carrusel de impactos y sucesivos momentos de violencia y horror de la mitad hasta el final. Como espectador una de las cosas que más placer me produce cuando estoy viendo una película es comprobar que ésta no evoluciona en la dirección que yo pensaba, sino que avanza por un terreno en el que no me queda más remedio que sentirme a merced del narrador, realmente carente de expectativas tras haber quedado atrás la ruta prevista. En ese sentido sé que la apuesta más radical de “El callejón” es el largo y reposado diálogo entre Ana y Diego Cadavid previo a que se desencadenen los eventos más de “thriller”. Para mí esa “burbuja de intimidad” entre los dos protagonistas era, ya desde el guión, uno de los momentos clave de la película, por no decir su verdadero corazón. Quería conseguir cierta sensación tan difícil de hallar en este cine tan encorsetado a nivel de texto que tenemos desde hace un tiempo, de intromisión en unos minutos compartidos por dos personas que se empiezan a conocer y, por ello, hablan casi de cualquier cosa, pero salpicando todo el rato sus respectivas intervenciones de detalles que mezclan lo banal con lo importante, y, sobre todo, sin transmitir la impresión de que todo está escrito.

            Yo quedé satisfecho con el resultado y la escena terminada se acerca bastante a lo que pretendía: una mezcla de naturalidad en las interpretaciones y guión que alterna información básica para entender algún pasaje futuro de la historia con improvisaciones auténticas de los actores y, sobre todo, cierto aliento de verdad “sentimental”, aunque muy a ras de suelo, nada idealizada. A mí me fascina el modo en que Tarantino incluye en sus películas, siempre claramente “de genero”, momentos, casi siempre de puro diálogo, en los que el tiempo parece detenerse, la acción queda de pronto aparcada y asistimos a lo que podríamos considerar un “pedazo de realidad”, aunque, a la vez, revestido de un grado de estilización enorme. Es como si, por un lado, la cinefilia omnívora de Tarantino le llevase a introducir siempre alguna que otra carta de amor a la “Nouvelle vague”, sea cual sea el marco genérico de referencia en el cual se mueva cada vez (el “noir” clásico, las artes marciales, la “exploitation” setentera…), y, por otro, sintiera la necesidad de prestar plena atención a sus personajes en algún instante, dedicar unos minutos sólo a observarlos, a ver cómo hablan y se mueven cuando el curso del relato no les arrastra. A lo mejor esto es algo que no se ha destacado mucho en los estudios sobre su obra pero a mí me parece bastante evidente que Tarantino ama a sus personajes. Cuando alguien ama a alguien te sientes impelido a pasar más y más tiempo con él, y eso es, ni más ni menos, lo que creo que hay detrás de ese tipo de escenas, que también tienen algo de sincero ejercicio de observación, de curiosidad muy elemental de uno hacia sus creaciones encarnadas por fin en unos actores determinados, con sus gestos, sus expresiones propias, sus reacciones químicas…

            Por cierto, me divierte que aludas a Coixet, cuya filmografía no es que disfrute precisamente, aunque a la vez reconozca en ella ciertos momentos de gran potencia escénica y emocional. El caso es que durante la producción de la película fue un nombre muy mencionado a mi alrededor, siempre en tono de cachondeo, claro, y como broma hacia esa larga escena de diálogo en la lavandería, por parte de algunos de mis más estrechos colaboradores. Malditos bastardos…



- ¿Qué es lo más importante que has aprendido como director tanto con El Callejón como con tu anterior corto? ¿Algo que no volverías a repetir y que tendrás presente la próxima vez?

            Pues… Respecto al puro oficio de dirigir desde luego que aprendes pequeñas cosas todo el rato, en cada ensayo, en cada toma… También me doy cuenta de que a veces extraes una lección en un momento dado que tal vez no puedas volver a aplicar en toda tu vida, ya que tiene que ver con una suma de circunstancias muy concretas. De ahí que, claro, lo ideal sería dirigir mucho, hacer muchas películas, muchos capítulos de series, para que el músculo mental que va resolviendo los problemas de dirección vaya creciendo y esté siempre tonificado, de modo que, pase lo que pase, tengas un catálogo muy grande de recursos al cual recurrir de modo más o menos inmediato. Por otro lado también hay algo muy divertido y excitante en dirigir desde una cierta inconsciencia, o, para que suene mejor, tratar de cultivar un poco la espontaneidad, permitir que trabaje el instinto, el cual a veces no es mal consejero. Como he empezado a dirigir a una edad no precisamente juvenil sí que he notado que enfoco esta labor desde una relajación concentrada que no tiene nada que ver con la tensión y el rígido perfeccionismo, muchas veces estéril, que uno se autoimpone con menos años, cuando piensa que cada paso creativo que da tiene repercusiones mayores, constituye una pequeña huella tuya en la Historia y, por tanto, debe ser el producto de un análisis riguroso. Vamos, que la madurez personal también implica cierta soltura a la hora de pensar mientras estás rodando, lo cual acaba favoreciendo la agilidad con que tu equipo puede trabajar. Pocas cosas me resultan más frustantes de ver cuando voy a un “set” que ver al equipo de brazos cruzados esperando que el director, pensativo, termine de decidir qué plano hacer a continuación. No lo digo sólo por el desperdicio de dinero que significan esos momentos, sino porque, más importante aún, creo que la dinámica del rodaje debe ser lo más ágil posible, por el bien de todos, tanto en el aspecto creativo como en el puramente técnico. Si los actores están rodando con cierta regularidad no corres el riesgo de que se enfríen o despisten, y lo mismo vale para los miembros de cualquier departamento; los parones conllevan una falta de concentración general de la que luego cuesta mucho salir. Para mí el rodaje ideal es uno en el que flote cierta sensación de estar jugando y que aunque estés haciendo escenas muy dramáticas o complicadas técnicamente, que requieran mucho cuidado y no puedas ir lo que se entiende por rápido, pero sí que al menos exista una actividad continua, que no paren de tomarse decisiones y nadie pueda despistarse.



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Comentarios

  1. Sin duda una entrevista muy interesante y extensa, así da gusto. Eso sí, la película "El callejón" a mí me parece una auténtica chuminada en todos sus aspectos. Tanto en los pases de Sitges como en la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donostia-San Sebastián (donde tuve la desgracia de volver a verla), hubo unos pases realmente divertidos gracias a los comentarios del público, cosa que se agradeció sobremanera.

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  2. A mí la película me encantó. Pasan un montón de cosas en poco tiempo y tiene alguna sorpresa digna de aplauso. Además me pareció la película española de terror con fotografía más bonita de los últimos años. Y Ana de Armas también cumple muy bien. Se nota por sus respuestas que el director se pensó todo muy bien sabiendo que a los que les gusta el terror muy serio no la comprenderían.

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