Crítica: 'The Master'
Freddie ve en Lancaster una oportunidad para escapar de sus vicios, pero ignora que su Maestro también los tiene. La ira le domina cuando alguien pone a prueba sus doctrinas, algo indigno de cualquier gurú; pero la necesidad de alguien que le guíe es tan grande que ignora todas las señales de alerta. A su vez, Lancaster envidia la naturalidad con la que Freddie abraza su condición de animal. No tiene pretensiones de llegar más alto, al contrario que él. Son dos hombres con mucho en común. Uno no sabe nada. El otro aspira a conocer la totalidad del universo pero sabe menos aún.
En la primera sesión que tienen para discutir su inserción en "La Causa", Freddie consigue mirar al pasado y localizar el objeto, o la persona, que podría hacerle feliz. Según Lancaster, la repetición de palabras clave da pie a la liberación de traumas pasados. Lo que es seguro es que los reaviva. Freddie se da cuenta de que ha estado dormido todo este tiempo, evitando encaminarse hacia su objetivo porque no se creía merecedor de él. La inocencia tiene un virginal rostro de apenas 16 primaveras, y todo hombre perdido se agarraría a tal idea como a un salvavidas. Ella podría parar la cadena de whiskys de madrugada y coños calientes que sólo le conocerán por una noche. Si no regresa hacia ella, es sólo por una certeza que le corroe: no puede existir una relación saludable entre ellos, y es preferible dejar a un ángel libre antes que corromperlo. Esta sesión, que tiene más de meditación que de test psicológico, será la única con resultados positivos.
Cuando Freddie y Lancaster son arrestados queda clara una descorazonadora verdad. Nadie les ve ni les acepta tal y como son. Freddie no tiene a nadie, y Lancaster está rodeado de falsos acólitos que no creen en él (ni siquiera su hijo). Eso sin contar que las muestras de afecto de su fría mujer (excepcional Amy Adams y excepcional escena) se reducen a masturbarle cuando se siente frustrado. Así que sólo se tienen el uno al otro. Al saludarse se revuelcan por el suelo como animales, quedando patente la naturaleza de su relación. Lancaster podrá ser un mentiroso y un manipulador, pero es lo suficientemente honesto como para reconocer lo que comparte con él una criatura tan descarriada como Freddie, en vez de mirar hacia otro lado como haría la mayoría. Le dice que no quisiera verle en otra vida, porque le mataría. En otra vida podría no ser tan tolerante, saber ver lo peor que hay en él y, más difícil aún, aceptar a la persona que simboliza ese estiércol interno.
El experimento continúa. La paciencia de Freddie es puesta a prueba en un cara a cara con el yerno de Lancaster, y falla miserablemente. En otro ejercicio que incluye mirar a una ventana, se pone a besar el cristal: su verdadera naturaleza aflora por entre los márgenes de la cárcel diseñada para contenerla. Su complejo de Edipo sigue haciéndose cada vez más fuerte. Sueña con fiestas en las que las mujeres están desnudas, y es incapaz de reprimir sus deseos. El incesto que perpetró con su tía nos da pistas para pensar que, siguiendo las pesquisas freudianas de su conflicto edípico, la veía a ella como a su verdadera madre. Una mujer madura, con senos generosos, mirada lasciva y ciertos rasgos de ramera. El perfil de todas las mujeres con las que se acuesta y todo lo que su ángel de 16 primaveras no era. Tal vez evitó acostarse con ella para no convertirla en otra triste extensión de su tía.
Al final, el fracaso de Lancaster queda patente. Freddie se fuga y, tras un breve intento de recuperar a su ángel, vuelve a caer en los vicios. Como Álex en 'La naranja mecánica' tras soportar el tratamiento Ludovico, sigue siendo exactamente el mismo de antes. Sigue buscando los atributos de su tía en toda mujer con la que se cruza. El calor, la seguridad y las tetas con prominentes pezones que su tía le proporcionó en un pasado dolorosamente lejano. Cuando no puede obtenerlas, las dibuja en la arena y se queda abrazado a ellas, como un niño resguardado en el vientre materno.
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